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  3. Disyuntivas y conflictos por el espacio público durante la visita del papa Francisco a San Cristóbal de Las Casas, Chiapas

Disyuntivas y conflictos por el espacio público durante la visita del papa Francisco a San Cristóbal de Las Casas, Chiapas

Enriqueta Lerma Rodríguez
Centro de Investigaciones Multidisciplinarias
sobre Chiapas y la Frontera Sur, UNAM
elermaro@unam.mx

Fecha de recepción: 22 de febrero de 2019
Fecha de aceptación: 20 de febrero de 2020

Desde que el obispo Samuel Ruiz declarara la opción preferencial por los pobres en la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas (DSCLC), Chiapas, se fortalecieron transformaciones en la organización de su territorio eclesial. Entre otros cambios, a partir de la Asamblea Diocesana de 1975 los párrocos fueron sustituidos por equipos de pastoral (integrados por sacerdotes, monjas, diáconos laicos, hombres y mujeres catequistas), encargados de la atención provincial en las iglesias católicas. Convencidos de la necesidad de liberar a los pobres de la opresión, los equipos incentivaron el servicio pastoral con base en herramientas de la pedagogía popular. Desde una mirada crítica, muy próxima a la teología de la liberación, analizaron el contexto económico y social, promovieron el análisis de las Escrituras a la “luz de los signos de los tiempos”, capacitaron en la formación de cooperativas productivas y generaron movilizaciones campesinas en demanda de reparto agrario. Otros procesos serían el incremento del diaconado indígena laico exonerado y el desarrollo de una de las vertientes más significativas del catolicismo diocesano en Chiapas: la teología india, interesada en recuperar la matriz de la ancestralidad maya. Por otra parte, el impacto de las reformas posconciliares en Chiapas sería sumamente controversial después de 1994, cuando se debatió sobre la incidencia diocesana en la formación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN); dado que numerosos milicianos eran catequistas pertenecientes a los grupos etnolingüísticos atendidos por la diócesis, se les adjudicó el estallido guerrillero. Las acusaciones provenían principalmente de rancheros, herederos del sistema finquero, acaparadores e intermediarios de productos agrícolas, quienes vieron afectada su economía y sus propiedades con la rebelión armada. La diócesis se convirtió en la principal amenaza del statu quo regional, un estigma que aún conserva y aflora en contextos muy específicos. Aunque actualmente las tensiones entre adeptos del proyecto diocesano y el resto de la población mantienen en la cotidianidad una aparente calma, tal como se observará en las siguientes páginas, las querellas se hacen evidentes en coyunturas muy específicas, cuando los símbolos religiosos cobran importancia y son parte de la disputa en el campo social y religioso. Uno de los momentos de mayor tensión se suscitó durante la visita del papa Francisco a San Cristóbal de Las Casas, en febrero de 2016.

Para mostrar cómo se presentaron esas controversias he sistematizado el presente ensayo en tres ejes, no necesariamente sucesivos: el primero, las disputas en torno a la línea pastoral que debe seguir la diócesis y los resquemores que produce la iglesia liberadora en la alta jerarquía eclesial diocesana así como en los habitantes oriundos —mestizos, autodefinidos como “coletos”—, quienes se reclaman como los pobladores legítimos de la ciudad; el segundo, las manifestaciones de distintas organizaciones políticas regionales previo a la visita del pontífice y rechazadas por “los coletos” al “ver invadido su espacio público”; el tercero, las reflexiones, no necesariamente esperadas, en torno a un evento convocado para discutir la encíclica papal Laudato si’, a la que asistieron numerosos representantes de comunidades indígenas de México y de otras partes de América Latina.

El estilo del texto pretende ser una descripción narrativa de los acontecimientos con el fin de ofrecer una mirada cercana a los actores sociales y al mosaico de acciones llevadas a cabo durante la coyuntura. Los datos son resultado de entrevistas semiestructuradas, realizadas a voceros de organizaciones sociales, y también producto del registro etnográfico. El ensayo intenta mostrar las posibilidades que abre a la observación las disputas por el campo religioso y político en el espacio social de San Cristóbal de Las Casas.

Un análisis de coyuntura fuera del campo religioso

Este ensayo no puede considerarse propiamente como un estudio sobre religión, pero sí dentro de los estudios del fenómeno religioso. La distinción responde a que considero que lo primero explica prioritariamente las subjetividades: creencias, hermenéuticas, doctrinas, representaciones, imaginarios o cosmovisiones que nutren la subjetividad del creyente, sus acciones y formas de organización; es decir, que refiere al estudio del sistema interno del campo religioso. En cambio, los estudios del fenómeno religioso involucran aspectos que vinculan el anterior campo a otras instancias sociales y políticas, fuera de la esfera religiosa. En este segundo orden es común encontrar estudios que abordan la dimensión política de la religión sin propiamente analizar la visión religiosa de los creyentes sobre el mundo. Desde esta perspectiva, casi siempre se concibe a las organizaciones religiosas como generadoras de nuevas formas de estructuración social o de fricciones entre distintos credos y con otros campos sociales, por lo mismo el énfasis se coloca en el papel que cumplen los creyentes en las interacciones exógenas y en las disputas políticas. Desde esta mirada se abordan poco las lógicas internas de las creencias. Para la descripción que aquí interesa, me posiciono en la segunda propuesta, la del fenómeno religioso, porque mi objetivo no es analizar la visita papal a partir de los significados doctrinales o devocionales que potencializó, más bien trato de mostrar los alcances que tuvo su visita en un campo social más amplio, sobre todo entre actores que en ese momento externaron sus opiniones como ciudadanos, como grupos excluidos o como actores políticos, pero no como creyentes, al menos no la mayoría.

El mejor modo que encontré para dar cuenta de la dinámica social provocada por este evento fue pensarlo como si se tratara de un análisis de coyuntura. Lo que fue sencillo decidir; primero, porque todos los grupos entrevistados afirmaron que sus acciones respondían a ella, y después porque, en efecto, no se equivocaron: era un momento de oportunidad para la acción. Con esta idea apelo a la interpretación que Juan Carlos Portanteiro (1979) hace de A. Gramsci sobre el análisis de coyuntura: “el examen de un haz de relaciones contradictorias (relaciones de fuerza)” generadas durante su desarrollo, y resultado de la concatenación de historias y de las distintas vías que ha seguido la construcción de un acontecimiento.[1] Bajo esta tesitura, se trata de la distinción entre estructura y episodio: del análisis concreto de una situación concreta e irrepetible. También llamada “reflexión sobre la situación actual de las contradicciones sociales”, misma que permite predecir políticamente las posibilidades de intervención para la transformación social de la realidad, a partir de identificar las conexiones sociales o del “cruce de temporalidades específicas”.[2]

El análisis de coyuntura, tal como se muestra en los manuales de educación popular, invita a pensar en las condiciones en que se encuentran las distintas fuerzas y los actores sociales involucrados en un particular momento, esto con el fin de encontrar mayores oportunidades para satisfacer demandas, acciones, denuncias sociales y políticas. Las preguntas que generalmente se plantean los actores sociales en el análisis de su realidad son: ¿Qué provoca este encuentro de fuerzas? ¿Cómo se debe actuar ante ellas? ¿Qué ventajas se puede obtener a partir de la forma en que están dispuestas? ¿Cómo se deben aprovechar las tensiones? Estos y otros cuestionamientos se hacen los actores sociales (individuales y colectivos) a quienes di seguimiento. Dado que la visita papal significó un punto crucial en la historia regional, la coyuntura abrió la posibilidad de reposicionarse y de sacar provecho de las tensiones históricamente construidas. Veamos las tensiones y las acciones a partir de la propia mirada de los actores sociales.

Días previos: ¿a quién viene a ver el papa?

La visita del papa a Chiapas despertó múltiples respuestas. Entre el regocijo de los catequistas diocesanos, particularmente indígenas y el desconcierto de cientos de “coletos” —que se autoadscriben como legítimos dueños de la ciudad de San Cristóbal de Las Casas— la ocasión fue aprovechada por contingentes de manifestantes. En días previos a la visita, la plaza de la Paz, corazón de la ciudad, se saturó de campamentos frente a la catedral, ocupados por contingentes de manifestantes con distintas demandas. Todos buscaban una rueda de prensa. La tensión aumentaba: la catedral, recién remodelada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, ya habían sido “rayoneada” con denuncias. La cólera no esperó, ¡los coletos pedían desalojar la plaza! Los argumentos eran muchos, casi todos cargados de un racismo que (de por sí) se exacerba si de por medio está la Iglesia católica. Dícese entre los coletos que la diócesis sancristobalance “solapa las acciones de los indígenas”. Todo comenzó cuando Samuel Ruíz ocupó el cargo de obispo. Aunque al principio se había identificado con las familias coletas (productivas, civilizadas, trabajadoras, descendientes de los colonizadores, católicos, de buenas costumbres, reservados, respetuosos de la propiedad privada, amigables con los indios y limpios) en poco tiempo adoptó “la opción preferencial por los pobres” (o sea, por los indios), lo que rebasó los cauces de la sociedad regional. Samuel Ruíz se ciñó a las reformas del Concilio Vaticano II e hizo suyo un proyecto que empoderó a indígenas y a sectores campesinos de Chiapas. El impacto se dio en varios planos, con la formación de equipos pastorales en distintas zonas diocesanas, correspondientes con los distintos grupos etnolingüísticos (tsotsil, tseltal, chol y tojolabal) y de catequistas indígenas laicos que motivaron en sus comunidades la relectura de la Biblia, desde sus culturas y sus carencias. El obispo dejó en manos de los creyentes la reflexión de su fe y promovió el análisis de la realidad “desde abajo”. Se impartieron cursos de antropología, derechos humanos y medicina natural, y se incentivó la creación de cooperativas productivas. Don Samuel, además, había organizado el Congreso Indígena de 1974, donde los indígenas se reconocieron como sujetos que carecían de justicia. Cansados del despojo de tierras, bajos salarios, falta de escuela, de la invasión de terrenos por el ganado del finquero, de muerte por enfermedades curables, de trámites que truncan el reparto agrario, de paramilitares que amedrantan a las comunidades, de mala alimentación, de discriminación y de humillaciones, los indígenas se reconocieron y se vieron entre sí como producto de la misma historia de colonización. Se vieron muchos y con la posibilidad de agruparse, de analizar su contexto y de cambiarlo. Enfrentaron con decisión el ataque a los catequistas y a los sacerdotes comprometidos (encarcelados, expulsados del país, asesinados o desaparecidos). Se constituyeron en una fuerza religiosa y política que se llamó a sí misma Pueblo Creyente. Salieron a las calles, hicieron plantones, se manifestaron con oraciones y cultos públicos, exigieron justicia y el cese a los hostigamientos. Para los coletos, estas prácticas conducían al odio, al resquebrajamiento interno de la Iglesia, a la lucha entre razas, a la ingratitud de los indios y de la diócesis. No comprendían por qué el papa iba a entrevistarse con los indios y no con ellos. En la radio las opiniones afloraban: “¿Será que este papa no sabe que en San Cristóbal no sólo hay indios?”. “¿No se da cuenta que viene a hacerle ‘el caldo gordo’ a estos que de por sí tienen tomada la ciudad con su montón de puestos? ¡Luego por eso se envalentonan y toman tierras, como cuando estaba Samuel Ruiz! ¡Y el papa todavía va a visitar su tumba!”.

Las primeras controversias en los medios de comunicación, en especial la radio, fueron sobre a quién iba “realmente” a visitar el papa. La disputa tenía varias aristas. Para los seguidores del proyecto diocesano, era la oportunidad para que el santo pontífice confesara su simpatía por la teología de la liberación y diera su venia al proyecto posconciliar, fuertemente atacado por la proliferación del catolicismo carismático. En cambio, para los coletos, era el momento para definir que la Iglesia estaba agrupada por distintos sectores y una oportunidad para que la diócesis tomara un cauce “más institucional”.

Los días pasaban, la expectativa crecía y los rumores corrían: se decía que escasearía el agua y los alimentos; que llegaría gente de Oaxaca, Yucatán, Veracruz, Tabasco, Campeche y Guatemala... Se pensaba que el magisterio, organizado en la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, entonces en paro laboral contra la Reforma Educativa, haría una marcha estruendosa el día de la visita. Incluso se llegó a decir que de la Universidad Intercultural de Chiapas (un proyecto educativo tambaleante, dirigido a sectores indígenas) saldrían contingentes de maestros a denunciar las violaciones al contrato laboral y a evidenciar la necesidad de democratizar al sindicato. El tiempo transcurría y surgían nuevas versiones sobre el futuro. En el ambiente se sospechaba una coyuntura inigualable, ¿pero quién sería capaz de aprovecharla?

20 días antes: El aniversario luctuoso del jTatik Samuel Ruiz

A contrapelo del entonces obispo de la diócesis, Felipe Arizmendi, quien trató de suspender la peregrinación del 25 de enero —fecha memorable para el Pueblo Creyente por tratarse del aniversario luctuoso de Samuel Ruiz—, las calles se inundaron de indígenas para recordarlo. Para algunos la peregrinación representaba un termómetro que permitía identificar la capacidad de influencia del obispo sobre la feligresía. Arizmendi pedía no asistir a la peregrinación y canalizar esfuerzos para la visita del papa. Pero el Pueblo Creyente se sintió ninguneado, ¿cómo iban a suspender el evento?, ¿acaso iban a poder retomar esta costumbre si la interrumpían un año? La peregrinación se hizo. Salieron de todas las zonas diocesanas desde muy temprano. De algunos sitios se viajó un día antes. Desde la selva algunos caminaron tres horas hasta la carretera y luego recorrieron otras ocho horas en transporte hasta San Cristóbal. Ahí estaban, con carteles, pancartas, cruces, flores, instrumentos musicales, velas, imágenes de santos, otra vez caminando en las calles. Para algunos, la congregación, aunque pequeña, significaba su empeño en rescatar a la Madre Tierra del despojo territorial y de la contaminación, y de continuar el camino marcado por jTajtik. El contingente de las zonas tseltal y sureste partió a las 9:00 a. m. desde la parroquia de San Pablo. Entraron a la ciudad cargando pancartas en contra de las presas hidroeléctricas, la economía de exclusión, el alcoholismo, los megaproyectos, la explotación minera, los cultivos transgénicos, el Plan Puebla-Panamá, las reformas energéticas, la violencia, la militarización, la construcción de ciudades rurales. Algunas pancartas exigían la aparición de los 43 estudiantes de la escuela normal Isidro Burgos, secuestrados por la policía de Guerrero en 2014 y entregados “a un grupo de narcotraficantes”; también exigían justicia por la masacre de Acteal. El discurso que acompañaba la peregrinación, desde el megáfono de una camioneta, señalaba:

Por amor a todos y a todas las que sufrimos las consecuencias de las injusticias de este sistema que beneficia a unos pocos y deja en el olvido a la gran mayoría, nos solidarizamos con los que sufren: los migrantes, los más pobres, los excluidos, los injustamente presos; los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa y las más de 100 000 víctimas de esta guerra del crimen organizado. Nos solidarizamos con las organizaciones que luchan por la paz y la justicia.

Entre las consignas se levantaban cantos de libertad y de congratulación por una diócesis con opción por los pobres. Algunos cantaban con guitarras y tambores. Desde un transporte, que provenía de la Misión de Guadalupe, en Comitán, se hablaba de la resistencia que se organiza desde una Iglesia libertaria:

Nos organizamos desde la palabra de Dios, peregrinamos en ayuno y oración… en defensa de la vida y el territorio con nuestros hermanos y hermanas del EZLN y otras organizaciones: con los pueblos marginados; con los necesitados que sufren atropellos y violencia, con los pueblos organizados de nuestras iglesias que buscan la vida del pueblo, con el Nuevo Constituyente y otras iniciativas que se van construyendo por un sistema jurídico más justo. Con las autoridades independientes y con los servidores y servidoras de la Iglesia y con todos los y las constructores de la vida, de las estructuras sociales, económicas y políticas más humanas. Nos solidarizamos porque nos duele el sufrimiento de los demás, para humanizarnos, porque sentimos la presencia de Dios en nosotros los pobres. Nos solidarizamos ante tanta injusticia y represión. Esto es lo que nos hace más fuertes, para defender nuestra Madre Tierra y luchar por nuestros derechos. Con la ayuda de Dios y desde los valores evangélicos queremos construir un mundo de paz, unidad, igualdad, justicia, armonía, misericordia y dignidad.

En el trayecto muchos se pararon a verlos, algunos turistas fotografiaban. La misa se hizo afuera de la catedral, presidida por el obispo Arizmendi y su coadjuntor, Enrique Díaz. La religiosa que estaba al micrófono señaló la presencia de las diferentes zonas pastorales y leyó los carteles que portaban. Antes de iniciar la misa el coadjuntor tomó la palabra y pidió que guardaran sus mantas y letreros. Alguien comentó que a estos obispos les molestaba que se mezclara la política con las misas. Una religiosa del área de teología india leyó una carta dirigida al papa. En su discurso reivindicó, además de la Biblia, otros libros sagrados. Se pidió respeto por la inculturación del evangelio y la aceptación del diaconado indígena, suspendido en el año 2000 por el papa Juan Pablo II y reanudado en 2014, pero visto con recelo por algunos sectores eclesiales y sociales. La carta decía al papa:

Queremos compartir contigo algo de los muchos bienes con los que mamá y papá Dios nos ha bendecido en estas tierras mayenses: como la palabra sagrada, sabia y antigua, que junto con la Biblia judeocristiana, también hemos recibido de la revelación por medio de los libros del Popol vuh y Chilam Balam, y de nuestro altar maya. Te compartimos nuestros lugares sagrados: montes y ríos en que mamá y papá Dios se nos ha dado a conocer.

Por otra parte te compartimos que nuestros abuelos y abuelas nos han guiado por el desierto de nuestra existencia, desde los tiempos de la colonización, en que los pueblos de los hombres blancos nos quitaron nuestra espiritualidad, nos quitaron nuestros libros sagrados, nos quitaron nuestra cultura y nos pusieron a pelear persona contra persona y pueblo contra pueblo.

Varios discursos pretendían mostrar al papa como defensor del medio ambiente y de los pobres. El obispo Arizmendi, sin embargo, les recordó que el papa no sólo iba a reunirse con indígenas “sino también con otros sectores”. Antes de escucharlo muchas voces repitieron: “¡Queremos un obispo del lado de los pobres, queremos un obispo del lado de los pobres!”, un grito que evidenciaba la distancia entre la teología de la liberación y la simpatía por el catolicismo carismático de Arizmendi. Las contradicciones entre quienes ahora presiden la diócesis y el Pueblo Creyente fueron evidentes. En general el ambiente era más de tolerancia que de coordinación. Los creyentes volvieron a sus casas, contagiados de esperanza, con ganas de seguir organizados, esperando que el papa los legitimara como Iglesia liberadora.

Cinco días antes de la esperada visita: plaza tomada

La plaza de la Paz amaneció con al menos cinco grupos distintos acampando. Cada uno con sus peculiaridades, con gente dispuesta a manifestarse, niños correteando, tremendas ollas de comida, mantas con faltas de ortografía. Otros esperaban sentados en la escalera de la catedral sin tanto jolgorio, con ganas de irse, pero resistiendo. Comenzamos las entrevistas. Los líderes tenían poco tiempo para atendernos, organizaban actividades, daban informes, tomaban acuerdos, hablaban con representantes del municipio, conciliaban con las autoridades eclesiales, respondían a las dudas de sus bases. Los primeros en atender nuestras preguntas estaban justo frente a la catedral, alrededor de una vieja camioneta sobre la plaza de la que pendían cuerdas que sostenían las lonas de los campamentos. Su vocero nos abrió un espacio, era del Frente Democrático Revolucionario de Obreros y Campesinos (Fedroc), parte de la Coordinadora Comunista Proletaria Popular (CCPP) que engloba cuatro organizaciones. Cada una “con su propio historial de demandas”, relacionadas con conflictos laborales, de transporte u ocupación de tierras. “Con el agregado —dijo el vocero— de que nosotros no estamos ocupando tierras, estamos apoyando a gente que le ocuparon sus tierras y exigimos una solución no violenta, exigimos indemnización para los afectados”. La organización asumía tener una ideología propia y no pactar electoralmente con el gobierno: “No aceptamos programas de ayuda: láminas, despensas, proyectos productivos que no producen nada. Somos una organización en defensa de los derechos de los compañeros trabajadores”. El vocero confirmó que la presencia del Fedroc en la plaza estaba directamente relacionada con la visita del papa:

Primero, este proceso tiene que ver con la coyuntura de la llegada del pontífice… ¡Si alguna organización les dice lo contrario, les está mintiendo! Es un momento político importante, no en el aspecto religioso sino para los intereses del Estado: tiene que resolver los problemas con mayor celeridad ahora que está en el ojo del mundo. Segundo, nuestro proceso de lucha se centra en la libertad de dos compañeros: Martha Contreras Quezada, de 54 años, mujer de lucha, comprometida, madre soltera, comerciante, viviendo al día, y el compañero Gamaliel Ocaña, comerciante. Los dos de la región de Benemérito. Fueron detenidos, acusados de incitar un conflicto en Benemérito de las Américas.

Según su testimonio, Martha y Gamaliel, activistas del Fedroc, fueron detenidos por la Policía Estatal en el camino a Palenque, donde presentarían una diligencia ante la secretaría del gobierno municipal. Los bajaron del transporte y los trasladaron al Centro de Reinserción Social (Cereso) El Amate, acusados de provocar disturbios en el municipio Benemérito de las Américas. Los miembros del Fedroc aseguraban que aquel día, 14 de octubre de 2014, la mujer había estado en una reunión de la CCPP en Comitán y después fue a una tienda de autoservicio. Según afirman, fueron encarcelados por el gobierno para chantajear a la organización: a cambio de su liberación se les pidió retirar el apoyo a un grupo de taxistas de La Trinitaria con la intención de sustituirlos por taxis piratas, promovidos por el Partido Verde Ecologista (PVE), en ese periodo al mando del gobierno estatal. Les ofrecieron puestos en el gobierno y se les presionó para que formen parte del PVE:

En ese sentido y viendo que las negociaciones se enfrascaban para que cediéramos a sus pactos electorales, decidimos aprovechar esta coyuntura. Seguimos abiertos al diálogo. Nosotros lo pedimos, sabiendo que no vamos a negociar principios, no vamos a ser paleros de ningún partido y no vamos s aceptar sus puestos. Queremos libres a los compañeros, una solución legal para los conflictos de transporte y para los compañeros golpeados.

Además, señalaron que en Ocosingo habían sido atacados por paramilitares y un joven de 20 años había sido baleado. El vocero mostró desazón, pero esperanza, creía en las posibilidades de un diálogo y que en la coyuntura pudieran ser liberados los presos. Su esperanza no estaba en el papa sino en la oportunidad de “aprovechar bien la coyuntura”. Aseguró que en el Fedroc participa gente de todas las religiones: cristianos, testigos de Jehová, católicos, adventistas y que el factor religioso no los une, sino la coincidencia en demandas. Él, por su parte, nos dijo no creer en dios: es marxista-leninista y cree que la búsqueda de justicia social permite la grupalidad en su organización. Cuando hicimos la entrevista el Fedroc ya había sido atendido por una comisión especial del gobierno estatal; sólo esperaban una mesa de diálogo para acordar los términos de liberación de sus compañeros. Hombres y mujeres boteaban, entregaban volantes y seguían reuniéndose cada que llegaban nuevas noticias.

De manera paradójica, el Fedroc compartía espacio en la plaza de la Paz con el grupo que rivalizaba: la Organización Campesina Emiliano Zapata-Región Venustiano Carranza (OCEZ-RVC), que se asume campesina, popular y de izquierda. Ésta se fundó en la década de 1980, demandando reparto agrario en la región fronteriza de Chiapas, aunque al paso del tiempo su pliego petitorio se diversificó en nuevas exigencias. La tensión entre el Fedroc y la OCEZ-RVC residía en que mientras los primeros tenían entres sus múltiples demandas el desalojo o indemnización sobre ciertas tierras en propiedad privada, tomadas por los invasores de la OCEZ-RVC, los segundos exigían al gobierno el derecho a permanecer en aquellas tierras a falta de reparto agrario. Los de la OCEZ-RVC tenían el campamento con más tiempo en la plaza, su experiencia no se remitía a este contexto, habían recurrido a la protesta pública desde dos décadas atrás:

Estamos en este campamento por el rezago agrario que hay desde 1995, cuando los gobiernos han venido haciendo compromisos y no han cumplido. Los grupos ya estamos en posesión, ya estamos trabajando, pero con el riesgo de que nos desalojen, ya sea por la fuerza pública, por los grupos de choque que crean los terratenientes o por sus pistoleros. No hay seguridad jurídica sobre la posesión de la tierra. Ese es nuestro reclamo. Ellos reformaron la ley agraria, dicen que ya se terminó el reparto de tierras. Pero con la lucha que nosotros damos, igual que otras organizaciones, ¡decimos a todo el mundo que es una gran farsa! ¡Sí hay necesidad de tierra, sí hay necesidad de ampliarse! ¡Sí hay tierras en manos de terratenientes! Eso venimos exigiendo, pero, como siempre, antes de dar una respuesta, ¡primero te encarcelan, te reprimen, te asesinan, te desaparecen!

Para estos voceros su presencia en la coyuntura es sólo una estrategia más para alcanzar sus metas, reconocen que recurren a otras medidas menos cívicas y pueden llegar a la ilegalidad o a la violencia, que la visita de papa no es su principal móvil, pero la ocasión es propicia para lograr sus objetivos:

Nosotros siempre hemos combinado lo legal con lo ilegal: con lo que el gobierno dice y lo ilegal con lo que hacemos. Hacemos mesas de trabajo con el gobierno, valoramos, analizamos y [de] lo que se discute en cada mesa, le bajamos la información a las bases. Si consideramos que avanzamos en algunas demandas seguimos trabajando. Pero al mismo tiempo, cada representante ya está consciente que en el momento en que se estanque la negociación tenemos que salir a movilizarnos: tomamos edificios públicos, bloqueamos carreteras. El acampar aquí ya estaba programado por un incumplimiento del gobierno. Hay una minuta firmada en marzo de 2015 donde se comprometió a regularizar tierras antes de que terminara el año. Al no cumplir hicimos esta acción.

La lectura de este grupo es certera: buscan romper con la imagen democrática y conciliadora del gobierno local ante los medios de comunicación. Curiosamente, durante el campamento la OCEZ-RVC y el Fedroc se pusieron de acuerdo y convinieron solicitar conjuntamente la indemnización para los propietarios de tierras invadidas, sólo esperaban una mesa de diálogo donde el gobierno se comprometiera a emprender las gestiones, pero ésta no llegaba. Incluso habían acordado una estrategia conjunta para despejar la plaza en caso de represión.

La misma esperanza se observaba en un campamento aledaño, menos numérico, pero con gran cantidad de mantas y un buen número de volantes en los que explicaban su situación. Se trataba de 39 familias desplazadas, desde el 10 de agosto de 2015, de la colonia Santa Catarina en San Cristóbal. Acusaban del desalojo a paramilitares pertenecientes a la Asociación de Locatarios de Mercados Tradicionales de Chiapas (Almetrach), identificada como un grupo de choque del gobierno municipal:

Es un grupo contratado por ese señor Narciso Ruíz Santiz, dirigente de la Almetrach. De por sí está acostumbrado a mover gente, ha atacado varios mercados: Merposur, Mercaltos. Es el brazo derecho del gobierno, él le paga. Infiltró a Narciso y nos destruyó. Nosotros éramos una colonia democrática, apoyamos al magisterio. Somos una organización social.

Los desplazados de Santa Catarina tenían seis meses fuera de sus casas y habían participado en varias mesas de negociación, sin embargo, acusaban al gobierno de dar mayor peso a los argumentos de los “paramilitares”: “por eso, en conjunto con las organizaciones, nos plantamos aquí, a ver si con la llegada del papa sí nos van a solucionar”. Los desplazados de Santa Catarina compartían espacio con una humilde mujer, cuya demanda era muy particular: quería aprovechar la visita del papa para exigir la libertad de su exesposo preso, Salvador Hernández Ruíz, de 60 años, condenado a 51 años de cárcel. Ya había estado encerrado diez años y consideraba que era demasiado tiempo por un crimen que “no cometió”. Estaba acusado de homicidio, delincuencia organizada y secuestro. La pena más grande para la señora, sin embargo, era que el exesposo se había acostumbrado a la cárcel y ya no tenía motivaciones para salir: “Ya no quiere arrancar papas de la tierra. Ya aprendió un nuevo oficio, hace hamacas”. Ella mostraba empeño en su causa, esperaba que la visita del papa le ayudara.

A un costado de la catedral, un camión de redilas era sitio de reunión para gente de Chanal. Eran más de cien personas de habla tseltal. En la narración del señor Francisco, su vocero, las cosas aparecieron muy revueltas: les habían impuesto a una presidenta municipal. Según su testimonio, el Partido Revolucionario Institucional “quería cumplir con la cuota de género que exige la equidad”. La mujer había tomado protesta el día 30 de septiembre del año anterior y durante el evento “había orquestado ataques de paramilitares” sobre su propia gente:

Estamos en esta manifestación porque el 30 de septiembre de 2015 se suscitó un problema en el municipio, hubo un muerto y varios heridos, un sinfín de carros quemados y casas dañadas. El ayuntamiento saliente de 2015 y el entrante para 2015-2018 masacró a su propia gente. Fue el señor Javier Velasco Bautista: puso a su esposa como síndico municipal, por usos y costumbres no puede ser así. Él preparó un grupo paramilitar, los armó con alto calibre y agarró a balazos a su propia gente. Claro que esto surgió por el problema poselectoral. El grupo del presidente y los que salieron invitaron a toda la población a reunirse en la plaza, pero cuando llegó todo mundo empezaron a golpear y a tirar balazos por todas partes.

En palabras de Francisco, el día del atentado había aproximadamente 600 personas reunidas en la plaza y de ese problema poselectoral se desprendieron otros que acarrearon divisiones en la localidad y generaron disputas entre personas armadas. Habían tenido ya 16 negociaciones con el gobierno estatal, sin solución. Proponía la destitución de la alcaldesa y la instauración de un consejo municipal. El debate en torno a este caso era, y es, merecedor de varias discusiones profundas, sobre “el costumbre”, la exclusión de las mujeres de la participación política en algunas comunidades de Los Altos de Chiapas, la interferencia de los partidos políticos en los sistemas jurídicos consuetudinarios, la violencia en los sistemas electorales, etcétera, pero en ese momento lo único que resaltaba era la supuesta balacera sobre los 600 manifestantes. El vocero reconocía que estaban ahí por la visita del papa: para ver si lograban llamar la atención de los medios de comunicación y conseguir la sustitución de la presidenta municipal por el consejo.

Todos, menos el contingente de Zinacantán, reconocía su permanencia en la plaza a causa de la visita papal. Los desplazados del “Municipio Autónomo Vicente Guerrero” de la comunidad de Shulvo, aseguraban que su denuncia antecedía a la coyuntura y tenía precedentes desde noviembre de 2015. Herméticos, desconfiados, antes de darnos la entrevista decidieron reunirse en privado dentro de su campamento. Éste se distinguía por varias mantas que constituían barreras, cuerdas que impedían el paso y hombres vigilando. Una vez tomado el acuerdo un joven estudiante, solidario —como él mismo dijo—, salió del campamento con el rostro cubierto con un pasamontañas, pero sólo sugirió que leyéramos sus volantes. En la propaganda se señalaba que 46 personas habían sido desplazadas por un grupo de paramilitares, les habían cortado los suministros tanto de agua como de luz, y les habían cerrado el paso del camino. Condenaban el ataque como una estrategia represiva por ser adherentes a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona del EZLN; sin embargo, el EZLN no emitió ninguna alarma roja, como lo hace en casos de amedrentamiento sobre sus bases de apoyo. La posición de este grupo era la más radical: “no estaban ahí por la visita del papa”, no iban a negociar desventajosamente, no se iban a coordinar con otros grupos y no se iban a retirar. No supimos más de su propia voz. Sobre la visita del papa se decía lo siguiente en sus volantes:

Queremos dejar claro que nuestra decisión política de instalarnos en un plantón indefinido no responde a la coyuntura actual, es decir, nada tiene que ver con la visita del jefe de la Iglesia católica el papa Francisco, nos mantenemos al margen del respeto a los pueblos que aun depositan su fe en la Iglesia para resolver los problemas de hambre y represión; sin embargo, con la llegada del papa Francisco a nuestro estado, desde la Iglesia se muestra la insensibilidad y el desprecio hacia quienes por la política de represión, de hambre y nuestra condición de desplazados forzados, nos encontramos en plantón indefinido en exigencia de un retorno inmediato, sin represión política de los distintos niveles de gobierno a quienes por su política de represión nos mantienen en condiciones inhumanas.

Los demás grupos habían tomado algunos acuerdos: solidarizarse en caso de desalojo y tratar de negociar al mismo tiempo para no dejar ningún campamento a la deriva, pero los de Zinacantán no se aliaron: no se moverían sin resolver sus demandas.

La gente miraba con curiosidad: la plaza, los campamentos, las pintas en la catedral. Los turistas se acercaban tratando de indagar un poco más. Algunos tomaban los volantes, leían las pancartas, tomaban fotografías, se quedaban a escuchar un rato. En medio del desconcierto los espectadores esperaban que algo pasara. El pronóstico parecía inevitable: desalojo. “Nada más que llegue la guardia presidencial o la Marina, o la Policía Federal, o cuando llegue la noche. Mañana ya no va estar nadie”. La esposa del alcalde fue la primera en explotar, fue al platón y pidió a los manifestantes que se fueran, que abandonaran el sitio y dieran una mejor imagen a la ciudad. Era la primera piedra lanzada por un sector de la ciudad. La esposa del alcalde realmente no estaba preocupada por el papa: era protestante y un día antes había organizado un concierto cristiano en el mismo lugar con patrocinio de Coca-Cola.

Estallan los auténticos coletos: “quieren su plaza”

Desde la radio se convocó a los sancristobalenses a que defendieran la plaza. Los “dueños de la ciudad”, autorreconocidos como los “auténticos coletos” —para distinguirse del simple gentilicio del nacido en San Cristóbal de Las Casas, el “coleto”—, decidieron tomar cartas en el asunto. La cita fue en un conocido teatro de la ciudad. A la hora acordada una mujer espera impaciente: apenas se habían reunido veinte personas:

“¡¿Cómo es posible?! ¡Por eso estos indios hacen lo que quieren! ¡Bien que se quejan todos, pero no hacen nada! ¡Ahora que debemos estar unidos para sacar a esa gente, nadie viene! ¡Ya los hemos dejado hacer mucho! ¡Esta indiada hace lo que quiere, venden en sus puestos por todos lados y tienen la ciudad hecho un muladar! ¡Ya se nos subieron a las barbas! ¡Tenemos que enseñarles quiénes somos, nada más faltaba!”.

Los “auténticos coletos”, dueños de la ciudad y de los comercios, estirpe sagrada, herederos de la Colonia, maestros de generaciones enteras en aulas escolares, se reencontraron. Les gusta verse y saberse fuertes. Algunos ocuparon las primeras butacas, reconociéndose una gran familia. El resto permanecimos lejos del templete, casi a la salida. Se pidió a los fotógrafos guardar sus cámaras. Aunque al principio las cosas transcurrieron con civilidad al poco tiempo el panorama cambió. Un sacerdote, representante de la diócesis ante los medios de comunicación, tomó la palabra. Aseguró que en la diócesis comparten su indignación por la plaza tomada, pero que ya estaban tomando cartas en el asunto: pronto el lugar quedaría despejado. Comentó brevemente que el papa estaba enterado de la situación. Al principio lo escucharon pensando que aprobaría el desalojo; pero el padre no tenía esa opción. Para calmarlos, aseguró que el papa no sólo iba a ver a los indígenas: quería “ver la realidad”. Murmullos. Ante los murmullos también señaló que el obispo estaba buscando la mejor solución. Se escucharon voces que pidieron desalojar. El padre reparó en ello y comentó:

Hay intervenciones para que se pueda dialogar con el grupo de Zinacantán, con los párrocos, con el presidente municipal y con todos ellos. El Estado Mayor Presidencial está evaluando. Las condiciones de diálogo las marcamos el día de hoy. El proyecto es el diálogo: una manera serena de desalojar la plaza de la catedral. Hay que estar atentos: están captando la atención de la prensa.

Nadie pareció convencido. Las interrogantes y las impugnaciones fueron para descalificar los esfuerzos de diálogo, en las intervenciones se decía:

—¿Y qué va pasar si fracasan las negociaciones? La sociedad civil no puede ser pasiva.

—Esta imagen le ha dado la vuelta al mundo y no es posible que se queden las autoridades sobrepasadas en estos eventos.

—¡La ciudadanía sancristobalense ya estamos hartos! Viene gente de Carranza, de Ocosingo, de Oxchuc, de Zinacantán... Si yo voy a Chamula a mancharles uno de sus templos ¿voy a salir viva? ¡¿Por qué, padre?! ¡¿Por qué la gente es así?!” (aplausos).

—Todos estamos inconformes y no sabemos de qué manera podemos actuar. ¡San Cristóbal da miedo turísticamente!”.

—¡Que los saquen o los sacamos nosotros! ¡No queremos tomar justicia por propia mano, pero las autoridades no cumplen, son ineptos, no ponen orden!”, [aplausos].

—Pero, como coletos, ¿qué va pasar si no hacemos nada? Se van a reír de nosotros.

El padre respondió brevemente a los comentarios y aseguró, para tranquilizarlos: “Yo no soy ellos, yo soy ustedes”, y se retiró. Apenas se fue los ánimos se calentaron, se oyeron gritos exigiendo sacar a los invasores: “¡Si no se van, simplemente les vamos a romper la madre!”. “¡Vamos a verlos decentemente y si se ponen canijos en la noche vamos a madrearlos!”, (aplausos).

La discusión se planteó en dos posiciones: los que querían esperar los resultados del diálogo y los que querían ir de inmediato a desalojar los campamentos por la fuerza. Un periodista coleto propuso formar una comisión que hablara con los manifestantes. Otros pensaron que las cosas nunca acabarían: tendrían que aprender a vivir con las carreteras tapadas, las plazas tomadas, la gente protestando; era mejor que el papa viera la realidad, porque, de todos modos, cuando se fuera, la realidad seguiría ahí. Una señora pidió convocar a los hoteleros al día siguiente. Otros propusieron hacer un oficio entre coletos, dirigido al gobernador, “porque de los hoteleros no iban a obtener nada”: “Son extranjeros que no tienen permiso para poner negocios, pero ellos no pierden, ¡siempre ganan!”. Una mujer argumentó que el EZLN depende de los extranjeros, por eso los coletos tenían que revalorase y unirse para pedir su expulsión, ya que eran los que manipulan a la gente, a los indios.

Un hombre de Chanal, con un poco más de cordura, trató de explicar la historia que había antecedido a la coyuntura actual, logró que lo escucharan por poco más de diez minutos. Era indígena, pero argumentó que podía hablar “porque pagaba sus impuestos”. No nació en San Cristóbal —“pero ya era de San Cristóbal porque pagaba impuestos”—, les recordó de dónde venían los males de la ciudad:

Ciudadanos de San Cristóbal, perdón, me atreví de subir a la tribuna con el respeto de mi gente. Yo soy de Chanal. Desde 1975 estoy radicando aquí en San Cristóbal, mi nombre es Adolfo López Gómez, fui el fundador de la colonia Morelos, aquí vine a estudiar mi secundaria, mi preparatoria y mi normal para ser maestro, mi licenciatura en derecho, mi maestría y mi doctorado. He oído con mucha razón sus palabras. Este problema de San Cristóbal de Las Casas ha sido de antaño. No sé si ustedes han odio mi voz en la radio: soy locutor. Veo mal también las invasiones, la ocupación de los espacios públicos. Desde 1994, con el levantamiento del EZLN, empecé a vivir la realidad de las cosas, el pisoteo de la imagen de San Cristóbal de Las Casas. He adquirido con mi familia algunos pedazos de terreno, tengo mis escrituras públicas y estoy aportando aquí con el gobierno municipal en el ámbito fiscal y en otras cuestiones financieras. Nunca he invadido terrenos, al contrario, estoy en contra.

Pero, ¿quiénes han sido los responsables de los problemas de San Cristóbal? Hay culpas bilaterales y lo señalo de una vez: tanto tienen la culpa los que vienen a practicar sus razones ilícitas, como también la gente de San Cristóbal. No todos. Ciudadanos de San Cristóbal han sido los alcahuetes: desde el 1994 empezaron las invasiones en Santa Catarina, no sé si existe esa gente para ustedes, no sé. La invasión de la plaza de Santo Domingo (donde hay un tianguis artesanal indígena) ha causado muchos problemas. Como ciudadano de San Cristóbal quisiera ver en qué va a terminar la antigua fábrica de hilados y tejidos, también invadida: ¡es una lamentación señores, pero los propios habitantes de San Cristóbal han entregado la ciudad!

Hablemos de Enoc Hernández (presidente del partido político Mover Chiapas), de Cecilia Flores (funcionaria, responsable de un tiradero de basura a cielo abierto), hablemos del dos veces presidente municipal Mariano Ochoa: ellos son los culpables. Por favor, señor gobernador: ¡desalojen a los invasores y a quienes han sido sus protectores! Soy jubilado, tengo pensión, ¿por qué? ¡Porque he estudiado! Por eso no tengo la necesidad de estar invadiendo, para no tener la cara agachada. Yo quiero ser también ciudadano sancristobalense. Por eso ya les dije: que estoy participando, estoy pagando mis impuestos.

Entonces, ¿cuándo va vivir San Cristóbal con tranquilidad? Grande es la sinvergüenzada, que ya hasta querían ocupar el cerrito de San Cristóbal (para un teleférico). ¡Y otra sinvergüenzada: que va ser un museo público el palacio municipal! Tengo entendido que al paso de seis o siete años el palacio será un edificio comercializado, pero, ¿quién lo ha entregado? Aquí no ha habido ningún presidente municipal indígena todavía, ningún síndico municipal indígena todavía, por los tanto, ellos no son los que han causado mal a la ciudad. ¿Quiénes han sido? ¡Los señores de San Cristóbal! Entonces, ¿dónde está pues la vigilancia, la dignidad, el respeto a San Cristóbal de Las Casas? Cada mañana nos dicen por la radio: “queremos ser capital de la cultura, queremos que crezca, que sea una ciudad florida ante la vista mundial”. ¡Pero ustedes no lo han permitido señores! He hablado en la radio, no sé si han escuchado mi voz, y he dicho: ¿por qué vienen estos grupos de personas a manifestarse aquí, por qué no se manifiestan en sus pueblos? Pues porque el responsable es el propio Manuel Velasco Suárez, actual gobernador de Chiapas, que tienen casa en San Cristóbal. He leído algunas pancartas que tienen allí los manifestantes ahora y el problema es añejo, pues sí, porque el pueblo de Chiapas ha permitido la sinvergüenzada de Pablo Salazar y de Juan Sabines Guerrero, anteriores gobernadores del estado (fraudes, asesinatos, despojos). ¡Y a saber con cuánto nos va dejar colgado este señor que está en turno! Y de allí debemos de seguir tomando reflexiones, mucha observación señores. Entonces, la protesta del manifiesto genérico de los señores de San Cristóbal de Las Casas debe ser pedir la renuncia de Manuel Velasco Coello, y si en 24 horas no resuelve este problema, pues de una vez manejamos mensajes, WhatsApp, manejamos un montón de comunicaciones pues.

Se oyeron aplausos, después olvidaron sus palabras. Paga impuestos, pero ¿quién es? Para ser coleto no basta tener saldo blanco ante el fisco: lo coleto se trae de linaje, de sangre; es una relación parental, no una actitud cívica. Los gritos y la disyuntiva continuaron: hablar o golpear, negociar o desalojar, esperar o actuar. Tras mucho griterío se decidió convocar a las cinco de la tarde del día siguiente: “¿Vamos a venir armados o desarmados?”.

Antes de abandonar el teatro, un hombre corpulento anunció que afuera estaban quienes estaban decididos a desalojar la plaza. Alguien llamó por celular a su hijo para que se uniera: “¡Ahora sí, vamos a partirles su madre!”.

Todos salimos del teatro a conocer a los “libertadores” de la plaza: una docena de muchachos entusiasmados. Eran muy pocos. La euforia duró minutos, el resto eran ancianos. Se miraron entre ellos y concluyeron que era mejor verse al otro día. Sin embargo, no fue necesaria la reunión del día siguiente: la plaza amaneció casi vacía, sólo permanecían los zinacantecos, encerrados en su campamento sin dar entrevistas. El resto habían negociado, conseguido una mesa de diálogo o hasta logrado la liberación de algún preso. Los desplazados permanecieron en su semiclandestinidad durante el sábado, pero el domingo habían abandonado el sitio. Los coletos no tuvieron que mover un dedo, tenían resuelto su problema, la plaza estaba tomada por las fuerzas de seguridad: el Estado Mayor Presidencial, la Mariana, granaderos, soldados vestidos de civil, custodios de El Vaticano con sus perros amaestrados, todos resguardando el área. ¡Qué bonita se veía la plaza, con tanto policía y sin un solo manifestante!

Esos que dicen que la encíclica Laudato si’ habla por nosotros

Dos días antes de la llegada del papa se llevó a cabo un evento esperadísimo: el Encuentro con la Encíclica Laudato Si’, organizado por la Alianza Mesoamericana de Pueblos y Bosques, la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica y la Red Mexicana de Organizaciones Campesinas Forestales, junto con el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas, cuyo trabajo se desarrolla en la zona de influencia de la diócesis de San Cristóbal. Los objetivos señalados en la convocatoria eran tres: a) acordar, desde la experiencia de los pueblos y las comunidades, una agenda de organización latinoamericana en materia de defensa de la tierra y el territorio; b) conocer el alcance de la encíclica del papa Francisco para construir una nueva ética ecológica integral: y, c) valorar el aporte de la encíclica para acodar una agenda de acción indígena latinoamericana en materia de bosques, derechos de pueblos indígenas y la defensa de la madre tierra y del territorio. El evento despertó grandes expectativas, pero muchos se sintieron excluidos cuando se precisó que no podría asistirse sin invitación: ánimos caídos, pero recuperados para quienes tuvimos el acierto de presentarnos el mero día, aún sin ser requeridos, porque todos fuimos admitidos.

Se esperaba la visita de representantes de diferentes grupos indígenas dispuestos a analizar el documento y a organizarse. Entre las personalidades se encontraban Juan José Tamayo, teólogo español de la Universidad Carlos III de Madrid; Pablo Richard, teólogo chileno, miembro del Departamento Ecuménico de Investigación de Costa Rica; simpatizantes y promotores de la teología de la liberación; miembros de algunos grupos indígenas de América Latina, y activistas mexicanos organizados en el Congreso Nacional Indígena (CNI), adherentes a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona del EZLN.

Aunque se esperaba más del evento: un verdadero diálogo entre los participantes, se trató de exposiciones desarticuladas. No se consolidó ninguna red solidaria ni organización de resistencia interétnica. Parecía que el único fin fuese aprobar un documento que diera fe de la importancia del Laudato si’ para los pueblos latinoamericanos. Durante los dos días hubo poco debate, pero casi al finalizar el encuentro aparecieron las voces de quienes menos habían hablado, los miembros del CNI: Mario Luna, de la Tribu yaqui (Sonora), Salvador Campanur, del pueblo purépecha (Michoacán), Igancio del Valle, de San Salvador Atenco (Estado de México), Chema, del pueblo wirrarika (Jalisco), voceros mazahuas del Estado de México y tsoltsiles de Chiapas. Habían estado discutiendo entre ellos durante los recesos, no entendían la importancia del documento porque no lo conocían y nunca lo habían oído mencionar. Al escucharlos daba la impresión de que hubiesen aparecido en el lugar como por arte de magia: no sabían por qué habían sido convocados ni qué se esperaba de ellos. Acostumbrados a luchar al lado del EZLN, se sentían “acarreados” a un espacio en el que nada tenían que decir.

Chema, ataviado con su traje wirrarika, miraba a todos intrigado: “Yo creo que el papa nos está despojando de nuestras luchas”, dijo. Mario Luna se sentía hasta avergonzado: “¡Hazme el favor, yo que nunca voy a misa, vine hasta Chiapas a rezar!”. Sin embargo, estaban ahí, convocados para respaldar el Laudato si’, pero tras bambalinas la “sospecha” cundía en las charlas:

—¿Será que este papa quiere quedarse con lo que hemos dicho? Porque si él habla por nosotros es como si nos despojara de lo que hemos peleado por siglos. Va a parecer que no hemos hecho ni dicho nada, como si a él se le hubiera ocurrido que debemos resguardar la naturaleza y cuidar nuestros territorios. Vamos a quedar opacados—. Así dijo Chema y los demás se quedaron pensando.

—De dónde yo soy —dijo Mario, quien provenía del desierto norteño—, nadie le hace caso al cura, ¡menos saben quién es el papa!

—Siempre hemos luchado por la tierra y por la justicia social —completó Salvador Campanur—, y ahora resulta que al papa se le ocurrió y ahora lo tenemos que respaldar. ¡Él es quien tiene que reconocernos a nosotros, reconocer que esa ha sido nuestra lucha histórica!

Comentaron si la reunión no sería pagada por el propio Vaticano, si estaban ahí sólo para legitimar el documento o llenar las butacas en la misa y mostrar la diversidad cultural de México, si era un evento para respaldar el capitalismo verde. Estas y otras preguntas se lanzaban entre sí. No tenían respuesta. Mario Luna dijo que no se iba quedar al “teatrito” de la misa del papa y adelantó su vuelo para retirarse. Entre estas interrogantes, sin embargo, el encuentro resultó productivo: salieron el segundo día del recinto y se contactaron con enlaces del EZLN; ese día acordaron organizar el 20 aniversario del Congreso Nacional Indígena y de celebrarlo en Chiapas.

Sobre el documento final del encuentro se hicieron dos versiones: en la primera no habían participado los asistentes, sólo una comisión redactora. Éste fue corregido tras el debate final. En la segunda se resaltó que “el Laudato si’ venía a sumarse al esfuerzo de los pueblos en su lucha por el territorio, pero que no era de ningún modo una novedad sino sólo una herramienta más”; se anexaron algunas precisiones del Convenio 169 de la OIT; se agregaron denuncias concretas contra proyectos comerciales y extractivos. Por si fuera poco, en la nueva versión se denunció la militarización que en Chiapas acompañó la visita del papa:

Vemos con preocupación e indignación que la visita del papa Francisco a la ciudad de San Cristóbal de Las Casas le haya servido al gobierno mexicano para realizar una ocupación de las calles, de esta emblemática ciudad, a través de las fuerzas armadas (ejército y policía) en la víspera de la conmemoración del 20 aniversario de la firma de los traicionados Acuerdos de San Andrés Sakamch’en de Los Pobres.

El evento concluyó con toda cordialidad, esperanza y ánimo, para algunos; para los miembros del CNI fue una reunión algo “extraña”.

Un evento abandonado a la buena de Dios

Llegó por el fin el día de la esperada visita, 15 de febrero. Desde la madrugada, e incluso una noche antes, algunos hicieron fila afuera del sitio donde se celebraría la misa, un deportivo desmantelado para ampliar el espacio. Jóvenes de distintas parroquias se habían ofrecido para formar la valla de protección durante el recorrido del papa y auxiliar en la logística; habían llegado un día antes, entusiasmados, desde la sierra, la selva o la costa. Les duró poco el gusto porque nadie los recibió. No había ningún responsable de logística. Los jóvenes se fueron a dormir donde pudieron. Al otro día lo único con que contaban los miles de asistentes era con su boleto de entrada al deportivo. Mismo boleto que no sirvió de mucho porque desde la madrugada llegaron hordas de indígenas de Los Altos chiapanecos que prácticamente dieron “portazo” y llenaron el lugar. Otros, en cambio, formales y “buenos creyentes”, hicieron filas interminables tras caminar varias cuadras y ahí se quedaron porque cuando descendió el helicóptero del papa sobre el recinto ceremonial la fila seguía creciendo varias calles a la lejanía y ésta no avanzó nunca. La mitad de los que habían conseguido un boleto habían quedado fuera, ¿cuál era el motivo? Un tejido de decires y contradecires ofrece sus particulares explicaciones: por ejemplo, se había anunciado, meses antes, que los boletos para asistir a la misa papal estaban contados y sólo podrían ser adquiridos por católicos comprometidos, exclusivamente en la parroquia a la que asistían habitualmente. Durante semanas esta versión desalentó a muchos que no tenían una relación cercana con la Iglesia; sin embargo, dos días antes de la misa se ofrecieron boletos por la radio porque había muchísimos lugares sin ocupar, pero la gente, hecha a la idea de no asistir, ya no fue a buscarlos. Por otra parte, los “auténticos coletos” habían ocupado la radio para desprestigiar la visita del papa, y en la contienda por definir a quién iba realmente a ver el santo pontífice —si a ellos o a los indígenas—, muchos dejaron de preocuparse por conseguir un lugar. Por otra parte, muchísimos indígenas de comunidades alejadas y de bajos ingresos esperaban contar con apoyo por parte de la diócesis para trasladarse a San Cristóbal, pero no hubo ayuda, así que se contentaron con escuchar la misa en sus radios. Estos y muchos otros decires circularon. Entre otros, que todo estaba desorganizado porque el evento estaba boicoteado. La misa, sin embargo, no decepcionó a los indígenas, pues el papa confirmó la continuidad del diaconado permanente indígena, incentivó el uso de las lenguas vernáculas durante la liturgia, refrendó la opción preferencial por los pobres, respaldó la defensa de los territorios y el cuidado de los ecosistemas. Y lo mejor: el papa había reverenciado personalmente la tumba de jTatik Samuel Ruiz, situada a espaldas del altar principal de la catedral. Un día después de la visita bajaron los ánimos: todo seguía igual; los manifestantes en sus pueblos y los coletos en sus casas.

El lugar de la eterna coyuntura, algunas reflexiones sobre los datos etnográficos

Desde el levantamiento del EZLN, San Cristóbal de Las Casas se convirtió en epicentro de un nutrido activismo social que conjunta a organizaciones sociales no gubernamentales, asociaciones civiles, grupos de ecologistas, colectivos feministas, defensores de derechos humanos, promotores de educación popular, simpatizantes zapatistas, entre otros actores, que promueven una serie de prácticas y estrategias autodefinidas como contrahegemónicas. Esta activa incidencia produce en el imaginario social de México y del mundo la imagen de una ciudad alternativa al modelo económico, de protesta social y de propuestas políticas. Al menos dos veces al año la Universidad de la Tierra-CIDECI (instancia de desescolarización zapatista) organiza en su sede encuentros entre activistas, representantes de grupos indígenas y organizaciones populares de todo el mundo para construir redes de intercambio de saberes y de movilización social, por lo que podría considerarse un espacio donde se genera un constante análisis de la realidad, en el que las coyunturas sociopolíticas se someten a examen y desde donde, además, se incide en la producción de nuevas coyunturas. Por ejemplo, en la Universidad de la Tierra-CIDECI, el EZLN y el CNI impulsaron la propuesta, elección y promoción de una candidata indígena a la presidencia de México para las elecciones del 2018. Sumado a esto, la organización diocesana genera grupos de reflexión en las comunidades rurales y acciones de resistencia contra las intervenciones externas en los territorios autóctonos. El constante análisis de la realidad hace de San Cristóbal la ciudad de la eterna coyuntura: donde es recurrente la búsqueda de posibles oportunidades para la acción. Por lo mismo, no es gratuito que durante la visita del papa emergiera la exigencia de resolución de distintas demandas, por ello cabe indagar en las distintas tensiones entre sectores muy identificados, mismas que mostraron la conflictuada sociedad sancristobalense, la forma en que cada grupo leyó la coyuntura de la visita papal y las posibles acciones en favor de sus intereses.

Tensiones dentro del catolicismo: La visita del papa permitió observar la heterogeneidad dentro de los grupos católicos. Si bien existen distintas tendencias: liberadora, carismática, amatulista (católicos fundamentalistas), tradicionalistas, costumbristas, etcétera, las controversias se centraron entre los seguidores del samuelismo y sus detractores. Mientras para los primeros, principalmente indígenas, era de suma importancia que el papa respaldara el proyecto diocesano, que es la opción preferencial por los pobres, establecida en el documento del III Sínodo Diocesano de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas, para la comunidad coleta, en especial para los “auténticos coletos”, era prioritario que el papa se deslindara de la tendencia indigenista y estableciera un catolicismo más formal, institucionalizado y dogmático. Se esperaba que hubiese una mayor inclusión de sectores mestizos durante la misa y se definiera tajantemente la separación entre religión y política. Se evidenciaron las diferencias entre la jerarquía católica local y su feligresía. Tanto los samuelistas como los “coletos” y el obispo estaban en medio de un conflicto que no podían resolver, ya que no era clara la posición de Arizmendi ante las dos tendencias. Así, la distancia entre la jerarquía y los creyentes aumentó, lo cual provocó mayor fricción entre los distintos grupos. La inclusión de un sacerdote tostsil, el padre Marcelo Pérez, durante la misa papal, el reconocimiento de las lenguas autóctonas como base para la inculturación del evangelio y la visita del pontífice a la tumba de jTatik fueron signos positivos por la iglesia liberadora, pero excluyentes para los católicos no comprometidos con su proyecto. Esta situación ahondó aún más las querellas entre los creyentes.

Tensiones entre “auténticos coletos” e indígenas: Dado que el nominativo de “coletos” se ha convertido en el gentilicio para los habitantes de San Cristóbal de Las Casas, el de “auténticos coletos” ha significado la construcción de una identidad que emerge en situaciones de crisis y que permite distinguir a un sector privilegiado del resto de los sancristobalenses. A ésta se adscriben quienes se consideran herederos directos de los fundadores de la ciudad durante la Colonia y son propietarios de las casonas de las principales calles del centro histórico. Acostumbrados a la servidumbre de los indígenas, se vieron afectados con el levantamiento del EZLN en 1994, cuando se incrementó el número de invasiones de casas y terrenos en el centro de la ciudad, la apropiación de los espacios públicos y la resistencia de los indígenas a seguir humillados. La visita del papa, según observé, les abrió la oportunidad de mostrar la “intolerancia de los indios” y la urgencia de desalojarlos de la plaza, de la ciudad y de los puestos aledaños a los mercados. Sin embargo, como se describió, la coyuntura favoreció aún más a sus contrincantes, quienes lograron legitimar su línea pastoral y su pertenencia étnica.

Tensiones entre “auténticos coletos” y extranjeros: En la última década la ciudad ha sufrido una serie de transformaciones, producto de la gentrificación. Decenas de extranjeros han comenzado a radicar de manera permanente en las principales cuadras del centro histórico y en algunas colonias periféricas. Esta situación conlleva aspectos paradójicos, dado que muchos de ellos han establecido comercios destinados al turismo (restaurantes y hoteles) y venden diversos productos en las calles más céntricas, los “auténticos coletos” consideran que representan una fuga de ingresos económicos; pero por otro lado, la infraestructura se ha acondicionado para prestarles mejores servicios. De manera que se identifican dos sectores de extranjeros: los “deseables” y los “indeseables”, dentro de los primeros están los turistas veloces y los migrantes de segunda residencia, que dejan divisas. Entre los segundos se encuentran aquellos que trabajan en organizaciones no gubernamentales, en asociaciones civiles o que participan en colectivos de activistas; a ellos también se les acusa de ser asesores del EZLN y de diversas organizaciones políticas indígenas y campesinas. Para los “auténticos coletos”, la visita papal fue una oportunidad para manifestar su inconformidad con los extranjeros que “apoyan los disturbios” y con aquellos que han instalado servicios de turismo, sin embargo, sus opiniones no tuvieron mayor relevancia.

Tensiones entre “auténticos coletos” contra otros “auténticos coletos”: Existe una parte de ese sector que está dispuesto a organizarse para recuperar la ciudad y retomar las riendas de la economía local, y además, ellos acusan a sus homólogos de mantenerse en la inmovilidad, aun cuando “padecen los mismos males”. Se esperaba que en esta coyuntura el sector más pasivo se reactivara y acudiera a las convocatorias que llamaban al desalojo de la plaza y a reposicionar a los habitantes “originarios” de la ciudad. Sin embargo, lo que se hizo evidente es que el grupo de los “auténticos coletos”, los más radicalizados, se encuentra en franco declive.

Oportunidad de las organizaciones sociales: Lo que se pudo observar, a partir de los recorridos y de las entrevistas hechas a voceros de algunas organizaciones sociales, es que éstas habían calculado meticulosamente el tipo de demandas que podían hacer en esta coyuntura y sus posibles alianzas. La liberación de siete presos políticos y la instauración de mesas de diálogo para cada organización, sin duda, fueron posibles por el conocimiento puntual de las fuerzas políticas. Por otro lado, el encuentro sobre el Laudato si’ expuso un intento de cooptación del movimiento indígena por parte del Vaticano. No obstante, en contrapelo de sus expectativas, esto no fue posible, pues los voceros indígenas lograron capitalizar el evento en favor de sus demandas y coordinarse para promover otro encuentro político, al menos en México.

Para concluir

La coyuntura de la visita papal reveló las disputas internas de la sociedad sancristobalense y en general en Chiapas. Se trata de la conflictuada convivencia que pocas veces logra ser tan explícita. Se trata de una polarización exacerbada, generada tras años de disputas entre la sociedad ladina y los grupos indígenas. Cabe señalar que, aunque estas tensiones se encuentran contenidas, emergen en momentos críticos, sobre todo cuando la sociedad coleta encuentra que su prestigio social puede estar en entredicho a causa del empoderamiento que han tenido los indígenas después del levantamiento del EZLN. La presencia de los medios de comunicación es un detonante importante, pues se presentan las condiciones ideales para que los grupos inconformes den a conocer sus demandas. Como se observó, en esta coyuntura lo que menos importaba era el credo religioso, más bien cada grupo trataba de posicionarse socialmente con la intención de quedar en mejores condiciones sociales al finalizar la visita papal. Sin duda, muchos otros aspectos pudieron apreciarse durante esta coyuntura, aquí sólo se retomaron algunos, relativos a las oportunidades que encontraron algunos sectores en el contexto de esta visita. En efecto, el papa no había traído paz, sino espada.


[1] Juan Carlos Portantiero, “Gramsci y el análisis de coyuntura (algunas notas)”, Revista Mexicana de Sociología 41, núm. 1 (1979): 59-73, 60.
[2] Portantiero, “Gramsci y el análisis de coyuntura...”, 63.

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Narrativas Antropológicas, primera época, año 2, número 3, enero-junio de 2021, es una publicación electrónica semestral editada por la Dirección de Etnología y Antropología Soocial del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Secretaría de Cultura, Córdoba 45, col. Roma, C. P. 06700, alcaldía Cuauhtémoc, Ciudad de México, www.revistadeas.inah.gob.mx. Editor responsable: Benigno Casas de la Torre. Reservas de derechos al uso exclusivo: 04-2019-121112490400-203, ISSN: en trámite, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización del número: Íñigo Aguilar Medina, Dirección de Etnología y Antropología Social del INAH, Av. San Jerónimo 880, col. San Jerónimo Lídice, alcaldía Magdalena Contreras, C. P. 10 200, Ciudad de México. Fecha de última actualización: 31 de diciembre de 2020.

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