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  3. Santa Lilia en retrospectiva: metodologías participativas con una mirada feminista

Santa Lilia en retrospectiva: metodologías participativas con una mirada feminista
Santa Lilia in retrospect: Pmethodologies with a feminist perspective 

Bárbara Valdés Benítez
Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la Universidad Veracruzana
barro115@yahoo.com.mx

Fecha de recepción: 01 de enero de 2023
Fecha de aprobación: 22 de marzo de 2023

Mujer, no me gusta cuando callas.
María Galindo

 

En este texto me propongo una reflexión sobre una vertiente metodológica basada en un enfoque crítico acerca de la construcción social del conocimiento y el diálogo de saberes. Gran parte de tal perspectiva se fundamenta en el pensamiento del pedagogo y filósofo brasileño Paulo Freire. Autor de obras fundamentales como Pedagogía del oprimido (1970) y La educación como práctica de la libertad (1967),[1] Freire construyó el concepto de educación popular para contraponerlo a lo que llamó la educación bancaria. Esta última tiene que ver con una percepción de que los estudiantes o educandos representan sujetos pasivos que sólo reciben una enorme carga de información, pero sin vincularla con su contexto sociocultural. Freire era un visionario sobre los efectos tremendos de la educación formal, misma que se recibe en las instituciones escolares convencionales. Fue muy crítico al respecto; sostenía que el acto coeducativo está en todas partes y sucede a cualquier edad. De ahí su insistencia en concebir el conocimiento como un proceso social y colectivo, en donde cada persona tiene algo que aportar.[2]

Durante mis años como estudiante de licenciatura, comencé a interesarme por la psicología comunitaria. Hice mis primeras prácticas en contextos de marginación y desigualdad; allí aprendí a realizar diagnósticos participativos de la realidad social, cuya metodología se fundamenta en el concepto de educación popular de Freire. Después, cuando tuve la fortuna de convertirme en profesora, me di cuenta de los rezagos, en términos pedagógicos, por los que atraviesa la educación universitaria contemporánea. Y entonces recordé a Freire y su pedagogía crítica. Lo más importante para mí fue que dicho paradigma no sólo me sirvió para mi oficio como profesora, sino también para la investigación.

En este trabajo intento describir la experiencia etnográfica que construí con un grupo de mujeres en una localidad de la cuenca del Papaloapan, Veracruz. El objetivo central es reflexionar acerca de los alcances de un enfoque participativo y dialógico en las investigaciones sociales; para ello, utilicé dos herramientas: los talleres y las historias de vida. Los temas de análisis y reflexión fueron variados, pero todos tuvieron como hilo conductor una perspectiva feminista.[3] Entre los temas explorados estuvieron: la codependencia emocional, el matrimonio, la maternidad, la violencia de género y la sexualidad. Por las dimensiones de este manuscrito, me centraré brevemente en el tema de la maternidad, no sólo por su relevancia analítica en diversas escalas, sino también porque dicha experiencia se convirtió después en el punto de partida para mis siguientes indagaciones etnográficas en otros contextos.

Antecedentes

En el otoño de 2016 me encontraba elaborando un proyecto de investigación centrado en explorar la participación política de las mujeres en el ámbito rural. Después de revisar algunos textos sobre el tema, comencé a planear mi primer periodo de trabajo de campo, desde los instrumentos a aplicar hasta seleccionar el lugar de estudio. Tenía claro que llevaría a cabo la investigación en alguna región de Veracruz, pero no sabía qué ruta seguir para encontrar un lugar adecuado y que cumpliera con ciertos criterios estratégicos.

Cuando estaba en tal disyuntiva metodológica y casi existencial, me llegó una invitación que cambiaría el rumbo de todo. Las integrantes del Centro de Servicios Municipales Heriberto Jara me hicieron la propuesta de colaborar con ellas impartiendo un taller de autoestima a un grupo de mujeres, de la región sur, con las que trabajaban desde hacía un tiempo.[4] Mi vínculo con esta asociación civil ya tenía algunos años. Me invitaron porque conocían mis líneas de investigación, además de mi interés en las metodologías participativas.

Confiaron en mí para llevar a cabo esa compleja pero fascinante tarea. Carmen, Reina, Dana, Teresa y Rosaura son cinco mujeres que formaron un grupo en Santa Lilia, Veracruz.[5] Las mujeres decidieron comenzar un proceso organizativo en su barrio. El objetivo era echar a andar un proyecto de residuos sólidos domésticos. Ellas ya contaban con una cierta experiencia respecto a la participación comunitaria: llevaban varios años asistiendo a las reuniones de otro grupo de mujeres en el municipio vecino de Santiago, ubicado en la región de Los Tuxtlas.[6] Invitaron a otras mujeres a participar y el grupo se fue haciendo más grande. Se propusieron la tarea de enseñar la importancia de separar la basura, reciclar y hacer compostas. Una vez que el proyecto estaba planeado, también decidieron solicitar apoyo a las autoridades del ayuntamiento.

Mientras se desarrollaban las actividades, las cinco iniciadoras se dieron cuenta que la responsabilidad del grupo era muy grande. Llegaron a la conclusión de que necesitaban adquirir habilidades respecto a los procesos organizativos, además de fortalecerse emocionalmente. Participar en el grupo las confrontó con sus propios miedos e inseguridades, porque nunca habían asumido el compromiso de capacitar a sus vecinas.

Fue en medio de esas circunstancias que se empezó a conformar una historia de aprendizaje colectivo. Me puse a planear el taller con algunos ejercicios que sirvieran para desarrollar el tema de la autoestima desde una perspectiva feminista. Creo que fue una decisión acertada, porque ese primer taller no sería el único, sino que continuamos con tres sesiones más. Además, al finalizar esa parte me aventuré a organizar con ellas unos breves relatos de vida en los que exploramos con más detalle algunos de los temas revisados en los talleres.

Descripción del espacio y perfil de las participantes

Santa Lilia tiene un rasgo especial: su caluroso clima. Lo viví en carne propia, lo padecí y casi huyo.[7] Desde mi posición de xalapeña irremediable, hice muchos dramas sobre el asunto. Los habitantes visten con ropa ligera y zapatos descubiertos. No existen los suéteres, los abrigos o la neblina. Siempre hay un sol gigante que lo atrapa todo y se mete en los rincones de las casas y comercios.

A menudo, causaba risa entre las mujeres cuando observaban todos mis esfuerzos para sacarme de encima aquel calor impertinente. Me veían como una novata que siempre fracasaba en el intento de domar aquella tierra caliente. Tal sopor también me hacía recordar las palabras que Juan Rulfo utilizó para describir a Comala. En las primeras páginas de su novela Pedro Páramo, y con su habitual elocuencia, Rulfo decía que Comala estaba en las brasas de la tierra. Santa Lilia se ubica en una región de selva tropical que es atravesada por el río Papaloapan. En esta se registran temperaturas que oscilan entre los 35 y 40 grados, casi todo el año. Todas las comunidades que pertenecen al municipio son rurales (a excepción de la cabecera municipal, la cual es mayormente urbana).

Respecto a las participantes del grupo, puedo mencionar que son mujeres de distintas edades que viven en uno de los barrios periféricos que componen la ciudad. Se trata de mujeres de bajos recursos; la mayoría se dedica al trabajo doméstico en sus hogares. Sólo algunas trabajan de forma remunerada. Respecto al estado civil, dos de ellas son casadas, mientras que las otras son viudas o solteras. Por otra parte, el grado de escolaridad de la mayoría es de nivel secundario y bachillerato; a excepción de Dana y Carmen, quienes cursaron las licenciaturas de Administración de Empresas y Medicina Homeopática, respectivamente. En cuanto a la maternidad, tres de ellas tienen hijos adultos; las demás no han optado por la decisión de ser madres. Las tres mujeres mayores del grupo reciben una mensualidad de sus hijos. Algunos son migrantes y llevan mucho tiempo lejos de Santa Lilia.

El taller como dispositivo

Rosaura ofreció su casa para llevar a cabo ahí nuestra primera sesión. Había un enorme patio, así que resultó un espacio ideal para trabajar. Hicimos varios ejercicios en los que pudieron conversar sobre una variedad de temas relacionados con el género.

En una de las sesiones hicimos la lectura en voz alta del cuento “La loba”, de Clarissa Pinkola Estés.[8] Fue un momento de mucha introspección. Escucharon atentas mi lectura; después vino la discusión y participación de todas para que dieran su opinión sobre el cuento. Clarissa Pinkola es una escritora que combina la literatura y el psicoanálisis. En el cuento, la loba representa la naturaleza salvaje de la feminidad. Se trata de una mujer que está en su casa, en el campo. De repente siente la necesidad de huir y dejar atrás un pasado doloroso. Escucha el sonido de la naturaleza. Al correr, se convierte en loba. Lo que Clarissa intenta transmitir mediante este cuento es que la libertad subjetiva no puede concretarse sin un esfuerzo del espíritu. Advierte la necesidad de realizar una gran tarea: cantar sobre los huesos.

Después de la lectura reflexionamos que, cuando las mujeres sufren violencia de género, y cuando no son capaces de salir de ese círculo destructivo, entonces se convierten en unos huesos pero sin carne. Para deshacernos de esa realidad que nos hace daño es fundamental cantar sobre esos huesos. El acercamiento de las mujeres a la literatura tuvo un efecto sorprendente. Se identificaron con el lenguaje metafórico y logramos vincularlo con la urgente necesidad de reinventarnos desde un lugar cada vez más autónomo y libre.

En otra de las sesiones, les hablé sobre un libro en el que se describe la vida de mujeres en reclusión. Se trata de una obra colectiva en la que aparecen las historias de vida de mujeres presas en el Cereso de Atlacholoaya, Morelos. La antropóloga Aída Hernández se propuso desarrollar una serie de talleres para que las mujeres compartieran algunos fragmentos de sus biografías, además de reflexionar sobre su experiencia en la cárcel.[9] La maravilla del libro es que viene acompañado de un video documental. Allí aparecen imágenes entrañables de mujeres reunidas en un salón compartiendo sus historias. La escritura también las ayudó a soportar el encierro. Decidí compartir con las participantes del grupo esa gran experiencia antropológica de Aída. Así que se me ocurrió que podíamos hacer un cine-debate con el documental.

El ejercicio tuvo resultados sorprendentes. Las historias las impactaron mucho. Después de hacer la reflexión colectiva, propusieron lo siguiente: intentar un ejercicio similar al del video. Así que se dieron a la tarea de elegir a una mujer de su entorno (vecina, amiga, hermana, sobrina o prima) y comenzar a escribir su historia de vida. Acordamos que, para la próxima sesión, llevarían un primer bosquejo. El ejercicio les permitió aproximarse a las distintas trayectorias femeninas de las mujeres con las que conviven de cerca. La sesión fue muy profunda, porque cada quien compartió los aprendizajes que tuvieron gracias a esa escucha atenta. Martha Patricia Castañeda (2019) nos dice: “En la actualidad, las investigaciones feministas suelen ser dialógicas. Esto es resultado, entre otras cosas, de un profundo cuestionamiento del carácter androcéntrico de las relaciones de poder que marcan las posiciones de los sujetos que intervienen en la investigación cuando estas reproducen las jerarquías sociales”.[10]

Perspectiva etnográfica y enfoque participativo

La experiencia que tuve con las mujeres me hizo pensar en los alcances que tiene un abordaje colaborativo y feminista. Juntas reflexionamos acerca de la posibilidad de pensar en nosotras mismas de una forma distinta a la que estamos acostumbradas. Me parece que una investigación etnográfica debe contar con ese tipo de herramientas, pues ello nos facultará para explorar cómo está construido el contexto al que nos estamos acercando. Y yo creo que es una forma de estar abiertas, porque si llegamos exclusivamente con la intención de cumplir con nuestro objetivo de investigación y marcharnos, nada se transformará. A veces nos ataca la ansiedad por conseguir el mayor número de entrevistas con los informantes clave. Y sobre todo, queremos concluir rápido, mas el trabajo de campo requiere de una preparación emocional, además de paciencia. También es necesario lidiar con nuestro narcisismo académico.

Para que pueda darse una empatía verdadera, resulta particularmente enriquecedor intervenir con un enfoque en donde el conocimiento se construya de forma colectiva. También hay que estar atentas a las expectativas externas, así como no olvidar que, de igual manera, estamos siendo observadas. Las herramientas deben responder al escenario. Es muy importante estar pendientes de cómo somos vistas por las actoras sociales. No se trata de no tener una postura política, porque eso significaría caer en la simulación, sino que es mejor comunicar claramente quiénes somos y cómo vemos el mundo. Una cosa que a mí me ha servido en mis experiencias de investigación es que siempre declaro abiertamente que soy feminista. Las diferentes reacciones a dicha enunciación nunca deben asustarnos; es mejor considerarlo como un material etnográfico valiosísimo.[11]

La investigación tiene que ser anticolonial y antipatriarcal, por eso necesitamos metodologías participativas. A través de mi experiencia he observado que existe un cierto desencanto por la etnografía. Cada vez es más frecuente que la interpretación de datos cualitativos se haga a través de un software (por ejemplo, el ya famoso Atlas ti, que se ha puesto de moda). Las herramientas de investigación deben complementarse y dialogar entre ellas.

En ese sentido, las metodologías participativas también son importantes porque nos permiten observar los dogmas que imperan en el pensamiento académico. El análisis de la realidad desde el espacio de la academia se basa, principalmente, en reflexiones teóricas que vienen de la propia teoría. Y se ha vuelto cada vez más raro atrevernos a construir una fuente empírica verdadera. Todas nuestras interpretaciones deberían surgir de ahí, y no a la inversa.[12] Eduardo Restrepo señala que para hacer trabajo de campo: “Hay que tener capacidad de asombro y preguntarse auténticamente por el mundo. Y sobre todo, estar conscientes de nuestro etnocentrismo”;[13] También sostiene que la etnografía “es un desplazamiento epistémico y un extrañamiento”.[14] Hay que decir que un enfoque de corte colaborativo es una gran herramienta para el trabajo de campo porque favorece el debate y el diálogo colectivos. Al mismo tiempo que contribuye a hilvanar las historias de una manera respetuosa y sin romper límites personales.

La entrevista, encuesta, cuestionario o grupo focal representan herramientas útiles, pero creo que un estudio más completo debería incluir abordajes más colaborativos y críticos. Difícilmente nos damos la oportunidad para establecer diálogos verdaderamente profundos. Estamos ante la existencia de un sujeto hipermoderno,[15] que pocas veces se resiste a mirar la investigación desde otro lugar metodológico y ético.

Relatos de vida en clave de género

Después de que terminamos los talleres, les comuniqué a las mujeres mi interés por entrevistarlas. A partir de todas las reflexiones que tuvimos durante esos días me di a la tarea de construir nuevos puntos de partida. Los objetivos de investigación que tenía al principio se habían transformado radicalmente. Estaba fascinada con todo ese material etnográfico que habíamos elaborado juntas. Ellas aceptaron con gusto la propuesta. La idea inicial era que me pudieran hablar, en un contexto más privado, sobre algunos pasajes significativos de sus vidas (infancia, juventud, matrimonio, maternidad, intereses personales, momentos tristes y alegres, entre otros temas).

Entrevisté a las mujeres en un domingo caluroso, como de costumbre. Nuevamente nos juntamos en la casa de Rosaura. Poco a poco fueron llegando las demás. El comedor se convirtió en el espacio dispuesto para charlar con cada una. Las otras participantes esperaban en el patio, platicando. Propusieron que conversara con todas el mismo día. Me pareció que era una tarea casi imposible, pero aceptaron tan amablemente mi petición que no podía negarme. Un mes antes, cuando las contacté, tenía el plan de visitarlas varias veces (por lo menos tres). Se ilusionaron tanto con la propuesta, que decidieron que era mejor desarrollar la actividad en un día. De esa manera, aprovecharíamos para saludarnos y comer juntas.

Debo confesar que entrevistarlas en esas condiciones fue uno de los viajes emocionales más sorprendentes que me ha tocado vivir. Estaba consciente de que tenía que conversar con cinco mujeres en unas cuantas horas, y que eso implicaría un esfuerzo sobrehumano. Pero lo que nunca pude imaginar fueron los universos subjetivos a los que me enfrentaría hablando con ellas durante aquel domingo mágico. Mantuvimos diálogos tan profundos y sinceros que para cuando terminó el día estaba demasiado contenta y con mil pensamientos en mi cabeza. La historia de vida es relevante en etnografía “porque nos permite explorar e ilustrar, en la trayectoria vital de una persona, los significados y prácticas culturales en las cuales se encuentra inserta”.[16]

La exploración de su propia historia las obligó a detenerse en distintos puntos de ese mar de la memoria. Estoy segura de que no quedaron indiferentes ante sus propios relatos. Creo que tuvieron la oportunidad de reacomodarlos. Me hablaron de historias de violencia, de culpa, de fuerza emocional. Yo me resigné a ser ese cuerpo que, como dice Svetlana Alexiévich, se convirtió en una gran oreja.

De repente me veía preguntando cosas para llevarlas hacia mis intereses particulares, pero entonces ellas me daban la vuelta una y otra vez. Esas mujeres me desbordaron con sus palabras. Pero si las entrevistas resultaron una enorme galaxia, la transcripción implicó una dimensión muy distinta. Allí me di cuenta de cómo pesaba mi ego, de que por momentos los nervios me traicionaron y le tuve miedo al silencio. Me dediqué primero a escuchar las grabaciones, para luego transcribirlas. Antes me quise regalar un espacio para la escucha de aquellos asombrosos relatos. El registro hizo crecer exponencialmente los diálogos. Sus voces y la mía se escuchaban distintas.

En el caso de Teresa,[17] por ejemplo, la entrevista inició con la pregunta sobre su niñez. Unos minutos después de comenzar a hablar, derramó algunas lágrimas. Durante el tiempo que conviví con ella, me di cuenta que es una mujer muy sensible. En varias de las actividades que hicimos en los talleres, hubo ocasiones en las que lloró también. Pero al mismo tiempo es muy risueña. Me habló de sus amores, de su madre, de los trabajos que tuvo, de sus hermanas. Por otro lado, Carmen[18] me contó que su papá era muy estricto y no quería que se formara profesionalmente, pero no le hizo caso y decidió estudiar Medicina Homeopática en la Ciudad de México. También me habló sobre una experiencia de abuso sexual, por parte de un vecino, cuando tenía 15 años. Respecto al desarrollo de la entrevista, creo que mi actitud fue distinta que con Teresa. Carmen estuvo más callada; me percaté que era más tímida. Con Tere seguí el hilo de su narración y casi nunca la interrumpí. Ella es muy platicadora, y eso contribuyó a que la conversación se desarrollara de forma más espontánea.

Una cosa que aprendí sobre las entrevistas es que su eficacia depende mucho de nuestra capacidad para dominar el ego. No es necesario estar tan pendientes de nuestro desempeño durante la plática; lo más importante es interesarse genuinamente en la escucha. Cuando algo nos interesa, no es necesario fingir, porque le ponemos a ello toda nuestra atención. Además, esa atención se transmite. La otra persona sentirá que la estamos oyendo verdaderamente (algo tan raro en estos tiempos de comunicación digital). Cuando hay silencios, entonces podemos volver sobre la guía de preguntas; es nuestra ancla. Sin embargo, tampoco sirve de mucho concebirla como una camisa de fuerza. Se trata de un instrumento flexible que debe adecuarse a las necesidades del diálogo.

Me di cuenta de que cada charla fue diferente porque las personalidades son distintas también, así que el diálogo establecido siempre estará impregnado de los temperamentos de ambas partes (entrevistadora y entrevistada). Aunque contemos con nuestra guía de preguntas, la dinámica siempre implicará distintos abordajes. Además, cada una me concibió a mí también como una interlocutora cambiante. Con Teresa, sentí un trato casi maternal (era la única que se dirigía a mí con el diminutivo de “Barbarita”). Por el contrario, con Carmen percibí una atmósfera parecida a la conversación con una amiga.

Maternidades que se reinventan

Cada una de estas mujeres tiene un vínculo particular y subjetivo con la maternidad, independientemente de que tengan hijos o no. Por ejemplo, la plática con Reina[19] fue interesante porque la conversación que tuvimos giró en torno a una de sus hijas; le preocupaba mucho la situación de violencia doméstica que sufría al lado de su marido. Por ese motivo, Reina se quedó a cargo de uno de sus nietos. Intentó convencerla para que se divorciara, pero todos sus esfuerzos fueron inútiles. Ella ha tenido que extender su maternidad, aunque su hija ya sea adulta. A estas alturas de la vida aún se siente responsable por ello. Incluso me llegó a decir que tal vez “falló” como madre.

El tema de la culpa también surgió en los talleres; existe un miedo profundo ante la posibilidad de fracasar respecto a la educación y formación, sobre todo de las hijas. Ante todo, estas últimas representan para ellas un enorme espejo. Andrea Fuentes (2021) explica que en ese espacio “aterriza y se encarna, como nunca, la moral del grupo social, justamente porque la maternidad no es sólo tener hijos, sino criarlos y educarlos. [...] Y las representaciones sociales sobre el género y la familia que implica la madre no son inocentemente construidas e impuestas, están íntimamente relacionadas con una premisa política y moral a la que se busca someter, en todos los contextos”.[20]

En el caso de Rosaura,[21] vemos otra situación que también se relaciona con la maternidad como experiencia subjetiva. Lo primero que me contó fue que tenía una hermana que falleció a la edad de 32 años. La sorpresiva muerte significó un gran dolor en la familia, porque era una mujer muy joven que dejó huérfanos a unos niños pequeños. Tal acontecimiento cambió su vida radicalmente, porque ella se convirtió en mamá sustituta de sus sobrinos. Los adoptó porque sintió un compromiso muy grande con su hermana fallecida. Algo muy interesante que surgió durante la charla es que Rosaura se asume como una mujer feminista. Y es así porque sabe que ya no tiene los mismos prejuicios del pasado y se percibe con mayor libertad que antes. Ella no tuvo hijos biológicos; se dedicó a ser la tutora de sus sobrinos, que implica otra forma de ser mamá.

Durante una conferencia sobre los feminismos en América Latina, Rita Segato explica que la historia de la politicidad femenina siempre ha sido ocultada. Tal cosa sucede cuando el espacio doméstico se convierte en la familia nuclear despolitizada. “Es por esa expulsión de la política que ha sufrido la vida familiar. Cuando el espacio doméstico se nucleariza, también se privatiza y se vuelve un espacio de lo íntimo. Y ahí morimos las mujeres”. La autora advierte que ello es una de las consecuencias más devastadoras en la transición de la colonial-modernidad.[22]

Respecto a Santa Lilia y la experiencia etnográfica, los ejercicios nos permitieron reflexionar acerca de los efectos —a menudo devastadores— que trae consigo el mandato materno. Nos dimos la oportunidad de romper con ciertas inercias y concebirla de una forma más libre y con menos prejuicios.[23] A propósito, la escritora boliviana María Galindo nos advierte sobre la urgencia de que las mujeres desarrollemos un feminismo intuitivo. Se trata de “una forma de feminismo que nace de la lectura de tu propia historia y de la capacidad de desobedecer”.[24] En ese sentido, también me encanta recordar las hermosas palabras de otra escritora boliviana fundamental, Silvia Rivera Cusicanqui: “Se nos ha metido tanta falsedad respecto a la historia, que tenemos que reinterpretar muchas cosas, leer entre líneas, desenterrar muchas verdades escondidas. Y ahí vamos a encontrar posibilidades de reinventarnos en términos de género y de etnicidad. Yo sí creo en la libertad humana para crear formas de identidad flexible, que no sea rígida y estática. La identidad puede ser una camisa de fuerza”.[25]

Necesitamos alimentar en nosotras la semilla de ese feminismo intuitivo que nos sugiere María Galindo. Su perspectiva apunta hacia la urgencia de comenzar a despatriarcalizar nuestros cuerpos, afectos, vínculos y sueños.


[1] En el prólogo del libro, Julio Barreiro escribe sobre el autor: “Fue un profesor de historia y de filosofía de la educación en la Universidad de Recife, hasta 1964. Su interés por la educación de los adultos, en un país como Brasil, se despertó hacia 1947, y empezó sus trabajos en el Nordeste, entre los analfabetos. Su conocimiento de las formas y los métodos tradicionales de alfabetización bien pronto le pareció insuficiente. Hacia 1962, Paulo Freire había realizado ya variadas experiencias aplicando el método que fuera concibiendo a lo largo de su trayectoria”. Paulo Freire, La educación como práctica de la libertad (México: Siglo XXI, 2011), 28.
[2] “Es preciso no olvidar que hay un movimiento dinámico entre pensamiento, lenguaje y realidad del cual, si se asume bien, resulta creciente capacidad creadora, de tal modo que cuanto más integralmente vivimos ese movimiento tanto más nos transformamos en sujetos críticos del proceso de conocer, enseñar, aprender, leer, escribir y estudiar”. Freire, Paulo, Cartas a quien pretende enseñar (México: Siglo XXI, 2008), 99.
[3] Betty Ruth Lozano señala que “los feminismos latinoamericanos son una gran fuerza transformadora de las sociedades patriarcales de Latinoamérica y el Caribe, los cuales conllevan preguntarse lo que ha significado pensarse y construirse como mujer en el continente. Esta profunda búsqueda de las mujeres por transformar sus sociedades tiene diversas manifestaciones desde finales del siglo xix, con movimientos de mujeres socialistas y anarquistas revelándose contra el capitalismo y el patriarcado, la represión del Estado y la familia, la coacción de la Iglesia, haciendo propia la consigna: ‘Ni Dios, ni patrón, ni marido’”. Betty Ruth Lozano, “Feminismos latinoamericanos”, en Pluriverso. Un diccionario del posdesarrollo, coord. por Kothari Ashish, Salleh Ariel, Escobar Arturo, Demaria Federico y Acosta Alberto (Barcelona, Icaria, 2019), 299.
[4] El Centro de Servicios Municipales Heriberto Jara A. C. (Cesem) es una organización no gubernamental fundada en 1997. Sus principales actividades consisten en la formación, capacitación y asesoramiento a diversos ayuntamientos rurales del estado de Veracruz (las regiones en las que realizan su trabajo son Papaloapan, Grandes Montañas y Los Tuxtlas). Mi agradecimiento para las compañeras del Cesem es infinito, porque me ayudaron a construir nuevos objetos de investigación. Su apoyo fue fundamental para desarrollar una serie de reflexiones metodológicas que han sido claves para construir mi perspectiva etnográfica.
[5] Con el objetivo de guardar el anonimato, los nombres de la localidad y de las mujeres participantes fueron modificados.
[6] Después de algún tiempo de asistir a ese grupo y de organizar diversas actividades (charlas, talleres, diagnósticos comunitarios, entre otras), tuvieron la idea de formar su propio grupo en Santa Lilia. Las integrantes del Cesem siempre acompañaron de cerca el proceso organizativo, además de monitorear el vínculo que las mujeres establecieron con las autoridades del ayuntamiento local.
[7] Cuenta con varias localidades rurales. La cabecera municipal es la más urbanizada. Según datos del Inegi, la población total del municipio es de 32 000 habitantes. Es una región en donde se cultiva la caña de azúcar. Por ser una localidad ubicada en el corredor costero, la pesca también es una actividad muy importante.
[8] Clarissa Pinkola Estés, Mujeres que corren con los lobos (Barcelona: Ediciones B, 2001), 26-30.
[9] Rosalva Aída Hernández C., coord. Bajo la sombra del guamúchil. Historias de vida de mujeres indígenas y campesinas en prisión (México: ciesas-iwgia, 2010), 9. Al salir de la cárcel, varias de ellas conformaron una colectiva editorial llamada “Mujeres en la sombra”. Han logrado editar 12 libros. En la actualidad cuentan con un programa de radio que se llama “Voces del guamúchil”. La difusión del libro contribuyó a que el proceso jurídico de sus casos se agilizara. Porque gracias a la investigación realizada por Aída, los casos de esas mujeres comenzaron a tomar notoriedad pública.
[10] Castañeda Salgado Martha Patricia, Mujika Chao Itiziar, Martínez Portugal Tania et al. Otras formas de (des)aprender. Investigación feminista en tiempos de violencia, resistencias y colonialidad (Bilbao, Universidad del País Vasco, 2019), 21.
[11] “Las metodologías dialógicas y colaborativas hacen que el dilema ético acerca de la representación del sufrimiento humano no sea sólo un problema de la investigadora, sino un tema de reflexión política colectiva, en el que resultan fundamentales las voces, las experiencias, los deseos de las actoras sociales con quienes se trabaja”. Rosalva Aída Hernández Castillo, “Etnografía feminista en contextos de múltiples violencias”, Alteridades, núm. 62 (2021), 45.
[12] “[...] producir conocimiento en colectivo nos ayuda también a compartir nuestros miedos e incertidumbres y construir comunidad en contextos en los que la competencia promovida por la academia neoliberal nos ha aislado cada día más”. Hernández, “Etnografía feminista...”, 2021: 49.
[13] Eduardo Restrepo, “Taller de etnografía. ¿De qué se trata la labor etnográfica?”, conferencia por YouTube, canal de la Facultad de Ciencias Sociales unmsm, 14 de junio de 2018, acceso el 11 de mayo de 2023, https://www.youtube.com/watch?v=dxrxOfT-ttk.
[14] “Si lo que se pretende con el estudio etnográfico es comprender y describir situaciones de la vida social teniendo en cuenta la perspectiva de sus actores entonces el sociocentrismo del etnógrafo puede convertirse en una ceguera o limitación epistémica”. Restrepo, Eduardo, Etnografía: alcances, técnicas y éticas (Bogotá: Envión Editores, 2016), 26.
[15] Para una revisión amplia de este concepto, puede consultarse el libro Los tiempos hipermodernos, de Gilles Lipovetsky y Sébastien Charles (Barcelona: Anagrana, 2006).
[16] Restrepo, Etnografía..., 61.
[17] Tiene 63 años, es viuda. Vive con su hermana y uno de sus hijos (el mayor).
[18] Tiene 48 años, es soltera. Vive con su madre.
[19] Tiene 60 años. Es originaria de Puebla. Durante algún tiempo vivió en Atlixco porque se fue a estudiar mecanografía. En 1974 se casó y se mudó a Santa Lilia. Tuvo dos hijas. Una de ellas, la menor, es migrante y soltera. La otra, su primogénita, está casada y tiene dos hijos.
[20] Fuentes Andrea, coord., Mucha madre (México: Almadía, 2021), 17.
[21] Tiene 64 años. Vive en Santa Lilia desde niña. Nunca se casó.
[22] Rita Segato, “Examinando el mandato de masculinidad y sus consecuencias”, conferencia del Diplomado Internacional de Actualización Profesional Feminismos en América Latina, Canal del ceiich unam, publicada el 27 de noviembre de 2018, acceso el 11 de mayo de 2023, https://www.youtube.com/watch?v=ffHKKeLD_yk.
[23] En su obra Calibán y la bruja, Silvia Federici señala: “Si en la sociedad capitalista la ‘feminidad’ se ha constituido como una función-trabajo que oculta la producción de la fuerza de trabajo bajo la cobertura de un destino biológico, la ‘historia de las mujeres’ es la ‘historia de las clases’ y la pregunta que debemos hacernos es si se ha trascendido la división sexual del trabajo que ha producido ese concepto en particular”, Silvia Federici, Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (Madrid: Traficantes de Sueños, 2004), 28.
[24] María Galindo, “Presentación Feminismo Bastardo con María Galindo”, canal Solidaridad Internacional Andalucía Solidaridad Internacional Andalucía, publicado el 3 de noviembre de 2021, acceso el 11 de mayo de 2023, https://www.youtube.com/watch?v=YgRSWCo9B74.
[25] Silvia Cusicanqui Rivera, “Los saberes compartidos de Silvia Rivera Cusicanqui, entrevista realizada por Zuiri Méndez Benavides”, canal de la Universidad de Costa Rica, publicada el 18 de junio de 2015, acceso el 11 de mayo de 2023, https://www.youtube.com/watch?v=g3DUsv7udNs.

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Narrativas Antropológicas, primera época, año 6, número 11, enero-junio de 2025, es una publicación electrónica semestral editada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, Secretaría de Cultura, Córdoba 45, col. Roma, C.P. 06700, alcaldía Cuauhtémoc, Ciudad de México, www.revistadeas.inah.gob.mx. Editor responsable: Benigno Casas de la Torre. Reservas de derechos al uso exclusivo: 04-2019-121112490400-203, otorgada por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la ultima actualización del número: Iñigo Aguilar Medina, Dirección de Etnología y Antropología Social del INAH, Av. San Jerónimo 880, col. San Jerónimo Lídice, alcaldía Magdalena Contreras, C.P. 10200, Ciudad de México; fecha de última actualización: 10 de enero de 2025.

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