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Entre el sureste y el centro de México:
los caminos de la memoria de Álvaro Brizuela Absalón

Between the southeast and central Mexico: The paths of memory by Álvaro Brizuela Absalón

José Francisco Javier Kuri Camacho
Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana
fkuri@uv.mx; orcid id: 0009-0008-4180-4458

Fecha de recepción: 18 de enero de 2024
Fecha de aprobación: 18 de abril de 2024

Introducción

La narrativa de la memoria tiene diversos sentidos que representan los sueños, las omisiones, los olvidos, los avatares y los aciertos. La memoria ha transitado de la oralidad a lo escrito, del mundo rural a lo urbano, en el marco de un país rico por la diversidad de la naturaleza y los contrastes en sus procesos histórico-culturales, ella es una aliada para analizar la experiencia de la antropología.

Las representaciones de los actores sociales en los espacios donde tales se forman constituyen, a su vez, elementos fundamentales de la memoria,[1] la cual opera produciendo sentidos que históricamente han vivido las colectividades y que son referentes culturales y sociales.[2] Resulta pertinente puntualizar que la narrativa de este artículo no es relativa a la memoria colectiva de algún pueblo, sino que está propuesta en términos de una biografía individual con la finalidad de destacar, a modo de homenaje.

Conocer los senderos que se trazan desde las narrativas del antropólogo es un trabajo delicado y complejo, porque implica desentrañar al otro, es otra mirada más de la antropología; sin embargo, este tejido da cuenta de la importancia de las instituciones, posturas teóricas y las huellas de una antropología que se construyó a golpe de martillo y cincel para moldear nuevas reflexiones. Es por ello que resulta pertinente construir a partir de los esfuerzos y contradicciones con que se fueron moldeando pese a las confrontaciones constantes; así fue como concibió el quehacer de la antropología el etnólogo Álvaro Brizuela, académico de la Universidad Veracruzana, quien generó nuevos planteamientos, conexiones y posturas de la investigación antropológica.

Catemaco: una infancia cordial y amable

La infancia es una etapa clave de la vida que se refleja en nuestro presente y futuro. En este apartado se invita a repensar la infancia en medio de la familia mexicana de mediados del siglo xx para traer al escenario a los abuelos y la crianza, práctica que inclusive hoy se observa. Aquellos personajes, construidos en nuestro imaginario con cabellos platinados, pieles con dobleces, voces que transmiten confort y abrigo, al tiempo que despejan incógnitas. Ellos resultan portales para introducirnos no sólo a la casa de estos queridos de Álvaro Brizuela, sino al ambiente selvático del Sotavento veracruzano, rodeado de vegetación, donde el calor y los paisajes nos trasladan a espacios a la vez tranquilos y laboriosos, de conexiones entre el centro y el sur del estado de Veracruz, entre el pasado prehispánico, el mundo hispano y la multiculturalidad de la región.

Álvaro Brizuela Absalón vivió una infancia y una adolescencia enmarcada por la región de los Tuxtlas en su más cálida expresión, con un fondo musical integrado por las jaranas, el arpa, la quijada de burro, así como el zapateado en cada fandango, armonía de sonidos que incidió en la personalidad del antropólogo. Este insigne personaje recuerda que en aquella época aprovechaba la ocasión de los días calurosos y húmedos para refrescarse en la laguna, disfrutar de los paseos en lancha, que le permitían observar la vegetación, los monos araña y los macacos columpiándose en los árboles, además de saborear el zapote, la anona, el coco, la ciruela, las moras.

Desde la ventana de la casa de sus abuelos Brizuela Absalón contemplaba la iglesia de la Virgen del Carmen, que era iluminada por el sol que se reflejaba desde los espejos de agua, rodeados de árboles y en compañía del canto de los pájaros, patos y garzas que se arremolinaban a la orilla. El Sotavento es una región exuberante con cuencas hídricas que favorecen la vegetación y el cultivo del tabaco y la caña, además del tránsito de comerciantes, por lo que se ha convertido en una zona de múltiples conexiones donde circulan no sólo mercancías y gente, sino un ethos que hace única a la región ya que se distingue por su cultura y sus tradiciones ancestrales.

Estas características forman parte, hasta hoy, del hábitus de sus habitantes. La región de los Tuxtlas ha sido pieza clave para el desarrollo histórico del estado de Veracruz y sus políticas, así se observa a través de los ojos de Álvaro, quien recuerda los rituales de respeto a la autoridad; por ejemplo, respecto de sus abuelos, al recibir en su hogar al gobernador Marco Antonio Muñoz, en la década de 1950 —cuando él apenas tenía 14 años—, vio llegar a este personaje a la puerta de la casa de sus abuelos, quienes lo invitaron a descansar y recuperar fuerzas para el día siguiente. Álvaro Brizuela Absalón entusiasmado relató:

Mi abuela salió a recibirlo [una costumbre de los antiguos era recibirlo bien, así que] pero en una forma de esa de los antiguos, salió con la toalla que usaron para bautizarme [rescata las palabras de la abuela que le dijo al gobernador]. Aquí le voy a entregar esa toalla a usted, que es la que usamos para cuando lo llevamos a bautizar, ahí con el agua y todo eso hicieron significado, para nosotros por eso lo recibo aquí en la casa. (Álvaro Brizuela Absalón, comunicación personal con José Francisco Javier Kuri Camacho, 18 de febrero de 2020.)

Álvaro Brizuela, a través de su voz, transmite el calor de hogar al recordar la casa y los viajes a San Andrés Tuxtla, deja ver el apego y el cariño de sus abuelos, así como la bonanza, fruto del esfuerzo familiar, que implicó conocer los espacios claves de la región y el establecimiento de redes sociales. Esta situación influyó para despertar en Brizuela una profunda convicción de conocer lo propio y extraño.

Enseñanzas a ras de piso

Lo reseñado permite puntualizar que uno de los aspectos centrales en la memoria de Brizuela fue la enseñanza que sus abuelos le proporcionaron respecto de los vínculos con la naturaleza en una relación simbiótica que permitía cohabitar y aprender de sus beneficios y desafíos. Por un lado su abuela, con sus pláticas, le mostraba la importancia de conocer los animales de este ecosistema; mientras él la ayudaba a ensartar el hilo en la aguja, ella le detallaba el hábitat con el que convivían cotidianamente, así, cuando entre sus plantas revoloteaba un chupamirto, ella platicaba con él para darse un espacio entre los arcos de su casa y la compañía de su nieto.

Por otro lado, con su abuelo aprendió del tejido social y el tipo de convivencia en la región, conocimientos útiles en los tiempos del trabajo. Al narrar esos recuerdos, sus palabras nos transportan al recorrido que cada sábado Álvaro realizaba con su abuelo para ir a San Andrés Tuxtla. Un pequeño poblado de aire decimonónico que se dejaba sentir al mirar su catedral de estilo neoclásico, ahí se efectuaban las transacciones de mercancías y trabajos. Entre el bullicio de los vendedores y comerciantes del mercado, junto con los olores y colores que se asomaban entre los puestos de los marchantes se reconocía la esencia prehispánica; al mismo tiempo, algunas de las fisonomías olmecas de sus habitantes inspiraban al intercambio y el encuentro de un movimiento constante que a través de la compañía de su abuelo descubría inconscientemente.


Pipe, el abuelo de Álvaro Brizuela Absalón. Fuente: Colección fotográfica particular de Álvaro Brizuela Absalón.

Los itinerarios que concretó en compañía del abuelo y posteriormente sólo se constituyeron en crónicas que se caracterizan por mostrar un ejercicio de la memoria de un etnólogo que reactiva los paisajes para dar sentido al mundo donde creció. Como en escenas clave de una cinta cinematográfica, Álvaro reconstruye lo que era vivir en los Tuxtlas. Ese recorrido en camioncito a través de las brechas que habían abierto para trasladarse de un lugar a otro eran espectaculares vistas de paisajes naturales que, en ocasiones, se intercalaban con el andar de los indígenas a un costado del camino, o bien, escenas de ranchos a la orilla de la calle donde se miraba a las mujeres espulgar a sus niñas.

En esos trayectos se fueron configurando imágenes de la región de los Tuxtlas que Álvaro Brizuela y Rubén Montiel describen de esta manera:

Los Tuxtlas han llamado la atención de coleccionistas, viajeros e investigadores a lo largo de su historia. Los motivos son diversos gracias a que la región posee una riqueza tanto desde su exuberante entorno natural, como de las relaciones que guardan los seres vivos que cohabitan. En sus montañas, lagunas, ríos y costas, cuyas evidencias más tempranas son los restos culturales del pasado de las poblaciones humanas que explotaron sus abundantes recursos naturales. Hombres y naturaleza en estrecha relación a lo largo de milenios.[3]

Este ambiente que respira y transpira Álvaro fue el aliciente para, no obstante salir a estudiar, tener la constante inquietud de volver para reconocer y revisar un Sotavento que en momentos parece detenido en el tiempo, y simultáneamente reflexiona con agudeza en torno a esa relación entre la naturaleza y la cultura. A tal grado, que más adelante regresará como académico.


Álvaro Brizuela Absalón en su juventud. Fuente: Colección fotográfica particular de Álvaro Brizuela Absalón.

Clases bajo el árbol

San Andrés Tuxtla, en el decenio de 1940, destacó por una renovación pedagógica que promovía una educación libre en la que los niños fueron el centro de la enseñanza, la cual fue conocida como el método Freinet, que transformó las aulas de los colegios en diversos rincones de Veracruz y otras latitudes. En ese contexto de innovación que propició nuevos aires para la educación se encontró el abuelo “Pipe”, que, preocupado por la formación de su nieto, hizo que Álvaro siguiera sus estudios de la mano del profesor Patricio Redondo, pionero de la pedagogía de Célestin Freinet, quien empezó dando clases bajo un árbol.[4] El maestro Patricio Redondo, al conocer al chiquillo que pacientemente había escuchado al abuelo, le dijo:

Deje al chico en paz, déjalo en paz, que venga él, él sabrá cómo hacer las cosas déjelo no lo tiene que traer a hacer nada. Entonces ya me dejó ir a San Andrés, me dejaron en una casa donde es de comida para estudiantes y ahí estuvimos, digo la experiencia con la secundaria fue con los profesores, ahí el único que era más así era Patricio Redondo que nos enseñaba literatura, los demás eran profesores como todos ahí, los más preocupados era él y otro señor que nos daba civismo, creo un licenciado, de ahí en fuera todo normal (Álvaro Brizuela Absalón, comunicación personal con José Francisco Javier Kuri Camacho, 18 de febrero de 2020).

Las clases del maestro Patricio Redondo fueron un aire refrescante empapado de la filosofía Freinet, su énfasis en los valores democráticos, en la libertad, en la comunicación y en el trabajo en equipo fue fundamental para la formación de los niños, de ese modo los espacios escolares experimentaron una revolución educativa. El ambiente escolar ofrecía nuevas oportunidades, lecturas de Platón, de Boccaccio, así como las experiencias de las protestas de los alumnos contra la dirección, incitados por una química que vivía frente a la secundaria, quien los orientaba. La educación se estaba transformando, desplegaba un abanico de posibilidades y opciones; por ejemplo, durante la adolescencia, sus familiares le sugirieron que ingresara en el área de pesca de una secundaria en Alvarado, a lo que él respondió enfáticamente: “Está bien que yo sea de la laguna de Catemaco y ahí hay pescados, pero yo no quiero estudiar eso” (Álvaro Brizuela Absalón, comunicación personal con José Francisco Javier Kuri Camacho, 18 de febrero de 2020).

Por aquellos años, la vida escolar de Álvaro Brizuela transcurría entre San Andrés y Catemaco, de lunes a viernes asistía a clases en San Andrés y los fines de semana regresaba a Catemaco, así que los viernes regresaba a la casa familiar y los domingos se trasladaba a su hospedaje, no está de más comentar que este recorrido lo realizaba en un Ford 47 azul conducido por Gonzalo Aguirre, un taxista y curandero local. El joven Álvaro Brizuela, fuera del hogar, se instaló en una casa de huéspedes administrada por tres señoritas severas y rigurosas, quienes le proporcionaron otra mirada de la vida, al limitar las porciones de alimentos, los horarios de ingreso y salida del inmueble, por lo que aprendió a salir a escondidas de la casa usando las ventanas que daban a un callejón para respirar un poco.

La visita de unos amigos de sus hermanos motivó a Álvaro a estudiar Ciencias Biológicas en la ciudad de México. La salida de la región de los Tuxtlas dejaría un grato recuerdo que, aunque el joven Álvaro, iba y venía constantemente entre “la Ciudad de los Palacios” y Catemaco, ya no sería igual. La formación profesional, la investigación y las percepciones de la región se tornaron distintas, un entrañable amigo, paisano y compañero de Brizuela en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (enah), Antonio García de León, desde una perspectiva histórica muestra cómo la región de los Tuxtlas, era diferente, pero maravillosa:

Acercándonos de nuevo a la costa, toda la región conocida hoy como “Los Tuxtlas” conformaba desde el siglo xvi la populosa comarca de Tuztla, cuya cabecera era la villa de Santiago, en las orillas del rápido y pedregoso río de Tepango. Selva de jaguares, de donde Cortés extrajera un ejemplar para las colecciones del rey, región heredera de una cultura que desde unos 3 000 años antes deificara al jaguar y que entraba ahora en una nueva etapa, marcada por la domesticación, el cautiverio y la servidumbre de su gente. Cubierta de cráteres apagados y de una extensa selva húmeda, la provincia colonial se desplegaba desde la margen derecha de la desembocadura del río de Alvarado, desde los médanos de Chocotán hasta las selváticas riberas orientales del lago de Catemaco.[5]

El joven Brizuela se había despedido de los Tuxtlas para emprender el rumbo hacia el altiplano central de México. Al regresar a su región ya nada sería igual: los nuevos aromas, las percepciones y las apreciaciones adquirían una representación cultural distinta.

El arribo a la ciudad de México y el ingreso a la ENAH

La fisonomía de la ciudad de México se transformó en la década de los cincuenta, en parte, por la llegada de migrantes rurales en busca de nuevas oportunidades, que se asomaban en las avenidas de la urbe y las novedades que la modernidad dejaba sentir en los hogares citadinos rodeados de calles pavimentadas y la agitada circulación de los autos. Esta urbe, no obstante sus claroscuros, representaban una luz de esperanza para aquellos que querían transformar su vida, era un espacio concebido como un faro en medio de la oscuridad que deja ver la cercanía del puerto, una multitud de interpretaciones, tal como lo relata Carlos Monsiváis:

Desde los años cincuenta la suerte de la ciudad está decidida: será el recinto de la explosión demográfica que promueve la ortodoxia católica (“Cada hijo trae su pan, su cobija, su mala suerte”), los hábitos de la familia tribal y las presunciones del machismo. Y alucinados por los trabajos, la relativa seguridad, la diversión y la vida liberada del control parroquial, acuden a diario al Distrito Federal, para ya no abandonarlo, quinientas o seiscientas personas, inmigrantes do todos los sitios del país, que saturan vecindades y azoteas, viven en los resquicios cedidos por los parientes o en departamentitos a sólo tres horas del sitio de su trabajo. En esa ciudad que trastocó el alma de cientos de migrantes que se sorprendían del milagro mexicano, donde las imágenes aparecían no sólo de los aparadores sino la multiplicidad de acontecimientos, los contrastes sociales daban muestras del movimiento social que se avecinaba, especialmente de los estudiantes.[6]

En ese contexto, el joven Brizuela a través de la ventana del autobús observó cómo el paisaje cambiaba desde el Sotavento hasta llegar a la ciudad de México e inscribirse en la vocacional 4 del Instituto Politécnico Nacional (ipn) en el área de Ciencias Biológicas, entre las aulas de este recinto escolar reflexionó respecto a los movimientos estudiantiles y obreros. Uno de sus compañeros con quien compartió estas posturas fue Nicandro Mendoza Patiño, líder estudiantil de la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (fnet) del Politécnico, que entre abril y junio de 1956 encabezó una huelga con “más de cien mil estudiantes de todos los niveles educativos del país”, cuatro meses después el gobierno de Adolfo Ruíz Cortines lo acusaría de disolución social y pisaría las celdas de Lecumberri.[7]

Los ecos de la lucha social de otros grupos le hicieron patente al joven Álvaro la emergencia social y política, de las luchas obreras como lo fue el movimiento de los ferrocarrileros encabezados por Demetrio Vallejo y el de los maestros liderados por Othón Salazar. Esa virulencia por la búsqueda de mejores oportunidades permeó el inicio de la vida preuniversitaria de Álvaro.

Es interesante notar cómo la mirada del otro volvió a aparecer en su historia de vida, ahora en la urbe de múltiples conexiones, donde la admiración por el extraño, lo singular desde los parámetros del etnólogo de occidente muestra su accionar como futuro antropólogo social. El interés por el estudio de la botánica en el Politécnico lo llevó a interactuar en cercanía con algunos profesores que se detenían a escuchar no sólo preguntas acerca de sus asignaturas, sino también cómo el ethos de las regiones de donde provenían sus estudiantes reflejaban la multiculturalidad del país, que se construía a partir del lenguaje, el vestido y las prácticas cotidianas que en ese momento eran de interés para aquellos que miraban las distintas regiones de México como espacios detenidos en el tiempo, que mantenían sociedades del pasado. La situación reseñada se refleja en el comentario que le hizo su profesor de botánica a propósito de lo peculiar de su personalidad, la cual surgió durante una plática con un profesor inglés a quien le interesó observar su aspecto y por ello le solicitó una fotografía para conocer a tan singular estudiante. Álvaro Brizuela narra así este suceso:

Total, que ya le mandé la foto y ¿qué crees que me contestó? que él pensaba que yo traía plumas en la cabeza, dice, no concebía que uno puede ser diferente ahora, pero digo todas esas ideas que se van quedando como la gente piensa del otro, allá en Europa (Álvaro Brizuela Absalón, comunicación personal con José Francisco Javier Kuri Camacho, 18 de febrero de 2020).

El imaginario colonizador que se tenía de los jóvenes de las tierras bajas del Sotavento veracruzano asombraba a los citadinos por su tez blanca, su indumentaria, su lenguaje sureño y la conservación de las tradiciones indígenas que habían aprendido de niños. La ciudad de México los alojaba y los alejaba, los calificaba y los adjetivaba, mostrando pintorescos paisajes urbanos de una ciudad que estaba entrando a la modernidad que emanaba de la Revolución mexicana y que era operada por “el partido de la Revolución, monopolizador del poder”.[8]

Instalado en la enah, escudriñó el imaginario de la otredad, con argumentos académicos y una doble reflexividad: por un lado, amplió sus vínculos sociales y fortaleció sus amistades, que en algunos casos fueron de largo aliento y de varias latitudes del mundo. Por otro lado, argumentaba la necesidad de mirar a los sujetos de estudio de la antropología al “otro” colonizado a través del análisis etnológico. La enah sería la fuente donde abrevaría un conjunto de conocimientos y diversas oportunidades de destacados profesores y estudiantes con los que compartió conocimientos, experiencias y vivencias.

Este personaje contó con profesores de la época dorada de la enah como: José Luis Lorenzo, Pablo Martínez del Río, Wigberto Jiménez Moreno, Pedro Bosch, Arturo Monzón, Felipe Montemayor, Paul Kirchhoff, Joahana Faulhaber; Álvaro Brizuela obtuvo una formación antropológica que transitaba por un debate con la emergencia del marxismo, por supuesto, que despertaría su interés y pasión profesional. En este proceso, tuvo entre sus compañeros de estudios a: Miguel Medina Castro, Virginia Molina, Alicia Castellanos, Susana Glantz, Manuel Alvarado Guinchard, Gilberto López y Rivas, Rafael López Sanz, Martín Chomel y Montero, Alan Shawn, Sonia Iglesias, Raúl Gómez, Irma, Glafira, Emilio Bejarano, Blanca Sánchez, Françoise Pepin y, por supuesto, Gladys Casimir.

Las citas de estudio y los fines de semana en casa de Emilio Bejarano fueron, desde luego, clave para consolidar su hermandad, en la que comentaron los textos de clase o discutieron el materialismo histórico y escucharon las lecturas de la poesía de Lina Odena. Esa vida estudiantil se enriqueció con las vivencias del trabajo de campo, los laboratorios de antropología también ayudaron a cimentar y compartir decisiones que transformaron su modo de vida. Con este grupo de amigos compartió la decisión de unir su vida con la arqueóloga Gladys Casimir, allá en la década de 1960, marcada por la minifalda, el pelo largo y los hippies.

Manuel Alvarado dijo: “Vamos a hacer una colecta aquí en la escuela para que se vayan de luna de miel a donde quieran” [...] Pero era bien curiosa la relación, era así de ese tipo, porque incluso los otros querían organizar para comprar todo lo que era lo de la casa, les digo; “No, déjenos en paz, nosotros vamos a ver qué hacemos, ya no se preocupen”, pero en todo ese momento de la escuela era una camaradería con los maestros. (Álvaro Brizuela Absalón, comunicación personal con José Francisco Javier Kuri Camacho, 18 de febrero de 2020.)

La enah preparó nuevas generaciones para eclosionar ideas de cambios urgentes en el país, era la mirada del nuevo México. Simultáneamente, el marxismo había introyectado a esas generaciones un espíritu transformador, necesario para participar en las transformaciones que necesitaba el país. Los movimientos sociales, políticos y el marxismo se fusionaban en cada alumno de la enah, las convivencias y los experimentos constantes de los pequeños grupos que se reunían en las casas para hacer círculos de estudio y analizar los diversos temas de una sociedad que estaba cambiando de manera impetuosa, esto como lo apunta Roger Bartra: “Refleja las inquietudes de los estudiantes inmersos en las tensiones culturales de los años sesenta, cuando muchos jóvenes nos sentíamos atraídos por la revolución cubana, el resurgimiento del marxismo, el consumo experimental de drogas, la revolución sexual y el rock”.[9]

Si algo se estaba generalizando con los diversos experimentos estudiantiles, era la confluencia de organización en la Sociedad de Alumnos de la enah, ya que su relevancia no estaba sólo en su participación en los movimientos sociales sino en la escritura, en las prácticas de campo, en los círculos de estudio. Un termómetro de lo que estaba pasando eran las acciones de esa sociedad; por ejemplo, la publicación de textos como: Arqueología y sociedades antiguas, de Roger Bartra; De eso que llaman antropología mexicana, escrito por Arturo Warman, Bonfil Batalla, Margarita Nolasco, Mercedes Olivera y Enrique Valencia.

En el ambiente estudiantil se respiraba un aire de dogmatismo marxista, de rebeldía social y experimentación política constantes, que caracterizaban la realidad de los años sesenta, si bien los debates teóricos estaban al día en torno a la evolución unilineal, la teoría se convertía en una crítica ante el empirismo que también flotaba en esos vientos convulsionados. La enah, tenía una particularidad: por un lado, el debate teórico respecto a cómo las sociedades antiguas respondían a un contexto histórico particular y, por otra parte, si estaban en la sucesión histórica de un modo de producción a otro en forma lineal, como lo representaba el evolucionismo pasando de una etapa a otra.

Hay que enfatizar que los estudiantes realizaban su trabajo de campo en zonas arqueológicas y en tierras comunales de algunas etnias, sus prácticas les proporcionaron la lectura de la lejanía y la cercanía en el tiempo, eran semillas que abonaron a los debates que se estaban presentando y que generaban un dinamismo entre los estudiantes. La enah había ya marcado a los estudiantes de aquellas generaciones de los sesenta, Brizuela había sido formado en ese contexto histórico y cultural del movimiento estudiantil, motivado por tensiones sociales y políticas.

El Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana y la crítica a la antropología indigenista

El Museo Nacional de Antropología, por sus majestuosas salas, es un referente que transporta a su visitante al pasado, Álvaro Brizuela inició sus experiencias profesionales ahí. Brizuela Recuerda que a principios de los años setenta, en la sala de “Exposiciones temporales”, se exhibieron las esculturas del Zapotal, Veracruz, situación que generó no sólo interés, sino también una controversia respecto de la fecha que los arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah), en colaboración con sus colegas estadounidenses, habían datado. La polémica surgió porque el profesor normalista José Luis Melgarejo Vivanco,[10] asignó otro período temporal a las piezas pertenecientes a la Cultura Olmeca. Este hecho produjo una discrepancia entre el inah y el Instituto de Antropología (ia) de la Universidad Veracruzana (uv). Para justificar las fechas propuestas por Melgarejo Vivanco, Alfonso Medellín Zenil, argumentó lo siguiente:

La gran mayoría de los investigadores que se han ocupado del problema olmeca sostiene la tesis de que los principales centros ceremoniales y monumentos escultóricos característicamente olmecas, tales como los altares, cabezas colosales, etc., fueron abandonados o dejaron de esculpirse al finalizar el Horizonte Preclásico, lo que equivale a decir que la gran cultura olmeca muere en la fase duperior del Preclásico, que es precisamente el momento del impulso más vigoroso de Mesoamérica, el antecedente inmediato para la creación del mundo clásico.

Siempre hemos disentido de esta opinión y nuestra postura es absolutamente heterodoxa. Se fundamenta en comparaciones estilísticas, en la estratigrafía y en el desciframiento de inscripciones calendáricas, principalmente. Las fechas leídas por el Sr. Profr. José Luis Melgarejo Vivanco en monumentos de Cerro de la Mesas, Piedra Labrada, Cabezas Colosales 1 y 5, de San Lorenzo Tenochtitlán, etc., son elocuentes en sí mismas y obligan a la reflexión más prudente.

En la presentación de los materiales motivo de esta publicación, se hará mención de las asociaciones cerámicas con monumento escultóricos in situ; pero es apremiante avanzar nuestra opinión de que el gran arte olmeca es producto clásico, de tan largos antecedentes como el maya, zapoteco y totonaco clásicos; que no se anticipó en mucho a sus hermanos y que no murió prematuramente como se afirma, sino que es cuando más vigorosamente se dispersó fecundando a Mesoamérica.[11]

La divergencia de posiciones arriba señalada obliga a tener presente que los trabajos arqueológicos deben ser armonizados por la experticia para reconstruir las huellas que las civilizaciones mesoamericanas plasmaron en sus creaciones; allí radica la importancia de las fases de las exposiciones. Aunque no se demerita que el profesor Melgarejo tuviese la intuición y la experiencia para aproximarse a la datación señalada en el Corpus Antiquitatum Americanesium, sin embargo, se estaban gestando los cimientos de senderos diferenciales entre la antropología veracruzana y las antropologías del centro del país, especialmente, entre el quehacer de instituciones estatales y federales, situación que complejizó los contrastes entre las investigaciones, especialmente de la arqueología, ya que cualquier investigación de arqueólogos y arqueólogas tendrían que pasar por la aprobación del Consejo Nacional de Arqueología del inah, situación que incluso para el campo laboral se acotaba. Por otro lado, se plantea la necesidad de reconocer que se requiere transversalizar no únicamente el conocimiento, sino también los ejercicios y los espacios institucionales, además de que subraya que se precisa trabajar colectivamente en la centralización de la toma de decisiones académicas que también implica los procesos de investigación, difusión y enseñanza de las impresiones que han dejado los antepasados, en este caso, a lo largo y ancho de Veracruz.

Fue así como la dirección unipersonal redujo los esfuerzos y desestimó el conocimiento; ejemplo de ello fue cuando a Alfonso Medellín Zenil lo nombraron director del ia de la uv, y además, aceptó ser “encargado del Museo Veracruzano de Antropología” y también asumió la responsabilidad del centro inah en Xalapa. Con ello, la concreción de proyectos y actividades institucionales se vio detenida por el ejercicio central del poder, lo que desde luego distrajo los objetivos propios de cada institución, aunque consolidó a las personalidades del momento.

La vida académica de Álvaro Brizuela estuvo marcada por su trayectoria en el Museo Nacional de Antropología, y después por sus trabajos en Oaxaca. Posteriormente, ya con la formación que obtuvo de su práctica en el trabajo de campo, acompañado por los cambios y la interacción con varios colegas de otras instituciones nacionales y extranjeras, contó con la posibilidad de proponer una nueva etnología que proveyera de ejercicios etnográficos de las regiones de Veracruz, lo cual conllevaba reflexionar en torno al desarrollo de los pueblos mesoamericanos, él afirmaba: “Debemos pensar en las dimensiones de estos espacios y la magnificencia sus edificios de que nos revela la existencia de sociedades estratificadas y sujetas a tributo”.[12] Es decir, ponderaba la necesidad de alejar los ejercicios de campo y sus reflexiones de la concepción oficial que cimentó el indigenismo y el nacionalismo mexicano a través de la construcción de una historia oficial uniforme.

El ia de la uv, en aquel entonces, le resultaba a Brizuela el lugar propicio para desarrollar una etnología crítica que diera la posibilidad de mostrar un nuevo ejercicio de la investigación. Aguirre Beltrán, al conocer a este antropólogo, consideró que debía formar parte del ia, no obstante que los vaivenes políticos de esa dependencia obstaculizaron su ingreso; Brizuela tuvo la paciencia, la inteligencia y el conocimiento para que su trayectoria académica respaldara su trabajo como investigador de aquella institución. Así, traspasando las concepciones endogámicas de algunos espacios de la antropología, Brizuela recuerda: “Años después, Roberto Williams me comentó que no aceptaban a extraños en el Instituto, ósea yo, por haber estudiado en la enah”.[13]

Para comprender y explicar la postura antropológica de Álvaro Brizuela es necesario considerar que su labor profesional estuvo permeada por su posición crítica de cara a la política indigenista diseminada en las entrañas de la antropología mexicana y que obedecía a las viejas prácticas corporativas que la cultura política había cimentado el Estado nacional, por ejemplo, su crítica, a las políticas culturales de los programas federales y estatales aplicados en las zonas arqueológicas como Tajín.

Brizuela participó en diversos proyectos de investigación que tuvieron lugar en distintos espacios y regiones del estado de Veracruz, uno de ellos se realizó en el sitio arqueológico del Tajín entre 1988 y 1992, dirigido por Jüergen Brüggemann; allí interactuó con arqueólogos y artistas como la norteamericana Rachel Green, de la Universidad Estatal de Savannah. Esta experiencia interdisciplinaria dio forma al proyecto Tajín, illo tempore, el cual, poco a poco, fue configurando una manera de comprender el mundo simbólico de la zona arqueológica del Tajín, las tradiciones culturales de los totonacas, así como las políticas culturales que las instituciones federales y estatales instrumentaban a través de los políticos locales.[14]

Producto de su trabajo en el sitio arqueológico del Tajín, escribió su libro Tajinoches, en el cual mostró su talento literario, así como su crítica al corto alcance de las políticas culturales que obedecían a un tiempo sexenal, con consecuencias devastadoras. De acuerdo con Julio César Martínez, para esa ocasión Brizuela advirtió: “En Tajín se presentaron esos riesgos, deben ser considerados para replantear las políticas públicas en torno al apoyo a estos proyectos de rescate del patrimonio arqueológico”.[15]

En sus recorridos posteriores por el estado de Veracruz, Álvaro Brizuela compiló mitos y cuentos que ayudan a comprender la cosmovisión de los pueblos popolucas zoque-mixes. Resulta oportuno indicar que esta valiosa fuente etnográfica se encuentra resguardada en los archivos del ia de la uv. Otros de los trabajos de Brizuela incluyen sus indagaciones respecto a la medicina y la magia en Catemaco, las cuales le representaron una manera de reencontrarse con su infancia acompañada por los chaneques, los curanderos, las mojigangas, las jaranas y el fandango, así como el recuerdo de las tardes soleadas con sus abuelos, donde la laguna de Catemaco representa el vínculo de la continuidad entre la naturaleza y la cultura.[16]

Andrés Medina, un amigo de Álvaro y Gadys, se expresó de ellos con fraternidad:

Son dos entusiastas antropólogos que poseen una larga y rica experiencia en el quehacer antropológico veracruzano; han vivido lo mismo los momentos de exaltación y gloria, como aquellos otros de desesperanza y frustración; han pasado años-pizarrón formando antropólogos y trabajando en uno de los corazones de la antropología: los museos. Conocen de cerca los héroes-fundadores, en sus miserias y grandezas; han visto crecer a muchos de los que son ahora activos profesionales, así como han padecido el torcimiento de más de una vocación ante condiciones políticas cavernarias y desplantes terroristas. Todo eso, finalmente, agudiza la sensibilidad y les permite mirar a esa historia en la que ellos mismos han practicado con una cierta ternura y un gesto de nobleza.[17]

La nobleza, el cariño y su pasión por la Antropología, su compromiso social y político al igual que su apego y su reconocimiento al terruño le constituyeron en un etnólogo que ha dejado una huella indeleble en la antropología veracruzana.

Conclusiones

El tejido cotidiano, representado en la formación de la memoria de Álvaro Brizuela, permite recorrer regiones selváticas, detenerse en centros de poblaciones importantes, pensar en la abundancia de agua limpia en aquellos años, imaginar los olores y sentir los contrastes de los espacios socioculturales y naturales donde se formó.

Reconstituir la vida de un etnólogo desde sus distintos modos de vida y su ámbito académico como un individuo que interpeló las diversas realidades con las que se encontró de manera inesperada o de manera incierta, pero que aun así fue capaz de producir una mirada de la antropología veracruzana que profundizó, con sus escritos, en torno a los mitos y los rituales de los grupos indígenas del sur de Veracruz, así como en la formación profesional de sus estudiantes en la uv.

Por otro lado, la región o terruño, origen de las emociones y creatividad del etnólogo, en más de una ocasión fue una pauta cultural importante en el análisis etnográfico de la antropología veracruzana desde los actores sociales particulares. Durante este proceso de conocer sus sentidos discursivos que aparecían, se escurrían y desaparecían, representan a un etnólogo que se convierte en portador de las contradicciones de las instituciones, las posiciones teóricas y metodológicas en momentos de crisis de la antropología, como fue la década de los sesenta del siglo xx.

El legado del etnólogo Álvaro Brizuela Absalón en la Universidad Veracruzana se asienta en sus análisis de las sociedades prehispánicas y también en los correspondientes a los pueblos étnicos de carne y hueso que piensan, hablan y sienten. Además, sus críticas a las políticas culturales en el estado de Veracruz, como es el caso de la zona arqueológica del Tajín, y su constante reflexión del oficio de la antropología y de los antropólogos en los ámbitos académicos muestran la pasión de Brizuela Absalón por la Antropología.


Álvaro Brizuela Absalón en 2020. Fuente: Colección fotográfica particular de Álvaro Brizuela Absalón


[1] Maurice Halbwachs, “Espacio y memoria colectiva”, Estudios sobre las Culturas Contemporáneas, núm. 9 (1990): 11-40.
[2] Blanca Jimena Salcedo González, “La memoria colectiva y el olvido en la antropología histórica: sueños colápsanos en el ocaso”, en Avatares de la Antropología Histórica. Xx años de reflexión, coords. José Francisco Javier Kuri Camacho y Cristina María Millán Vásquez (Xalapa: Universidad Veracruzana, 2021), 119-150.
[3] Álvaro Brizuela Absalón y Rubén Montiel Ral, Memorias y vínculos. Un aporte de antropología e historia para la región de los Tuxtlas (Xalapa: Programa de Acciones Culturales, Multilingües y Comunitarias, 2019), 12.
[4] Patricio Redondo, exiliado español, llegó a México el 27 de julio de 1940, acompañado de un grupo de españoles republicanos; pisó tierra en Coatzacoalcos y por su camino a la ciudad de México conocería San Andrés Tuxtla, lugar en el que se quedaría a enseñar la pedagogía de Celestin Freinet. Véase Rosa María Sandoval Montaño, “La escuela experimental Freinet. Historia y vigencia de unos saberes y prácticas pedagógicos (ponencia presentada en el IX Congreso Nacional de Investigación Educativa, Monterrey, Nuevo León, 17 de noviembre de 2011), 1-8, 4, acceso el 4 de octubre de 2024, http://www.comie.org.mx/congreso/memoriaelectronica/v09/ponencias/at09/pre1178922656.pdf.
[5] Antonio García de León, Tierra adentro, mar en fuera. El puerto de Veracruz y su litoral a Sotavento, 1519-1821 (México: fce, 2011), 167.
[6] Carlos Monsiváis, “México: ciudad de apocalipsis a plazos”, en Las metrópolis latinoamericanas, africanas y asiáticas, ed. Por Ronald Daus (Fráncfort /Madrid: Vervuert Verlag / Iberoamericana, 1992): 31-45, 36, acceso el 09 de enero de 2024, https://publications.iai.spkberlin.de/servlets/mcrFileNodeServlet/Document_derivate_00002206/bia_045_031_045.pdf.
[7] Ramiro Aguirre Garín, Rubén Mares Gallardo, Mauro César Enciso Barrón, David Aguirre Gámez, Julio Téllez García y Flavio Durón, “Falleció Nicandro Mendoza”, La Jornada, sec. El Correo Ilustrado, 2 de octubre de 2016, acceso el 15 de enero de 2024, https://www.jornada.com.mx/2016/10/02/correo/002a2cor.
[8] Alejandro Guadalupe Fierros Benítez, “El milagro mexicano: legado de la revolución”, Horizonte Histórico, núm. 9 (2014): 116-122, 118, acceso el 15 de enero de 2024, https://revistas.uaa.mx/index.php/horizontehistorico/article/view/1260.
[9] Roger Bartra, Arqueología y sociedades antiguas (México: enah, 2017), 11.
[10] El profesor José Luis Melgarejo Vivanco, tenía una red política muy cercana a la élite de la administración del entonces gobernador del estado de Veracruz, Rafael Murillo Vidal (1968-1974).
[11] Alfonso Medellín Zenil, Corpus antiquitatum americanensium, Monolitos olmecas y otros en el Museo de la Universidad Veracruzana (México: inah, 1971), 16.
[12] Julio César Martínez, “Entrevista con Álvaro Brizuela Absalón”, Diversos, núm. 6 (2008): 33-36, 33.
[13] Álvaro Brizuela Absalón, “Del Instituto de Antropología. Una historia personal”, mimeo, Xalapa, s. f., 4.
[14] Martínez, “Entrevista con Álvaro Brizuela Absalón”, 34.
[15] Martínez, “Entrevista con Álvaro Brizuela Absalón”, 35.
[16] Álvaro Brizuela Absalón, Catemaco: Un espacio sagrado veracruzano. Tradiciones, medicina y magia (Madrid: Editorial Académica Española, 2012).
[17] Andrés Medina, “Notas a la segunda edición”, en Facultad de Antropología: materiales para su historia, coord. por Álvaro Brizuela y Gladys Casimir (Xalapa: Universidad Veracruzana, 2003): 18-20, 18.

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Narrativas Antropológicas, primera época, año 6, número 11, enero-junio de 2025, es una publicación electrónica semestral editada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, Secretaría de Cultura, Córdoba 45, col. Roma, C.P. 06700, alcaldía Cuauhtémoc, Ciudad de México, www.revistadeas.inah.gob.mx. Editor responsable: Benigno Casas de la Torre. Reservas de derechos al uso exclusivo: 04-2019-121112490400-203, otorgada por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la ultima actualización del número: Iñigo Aguilar Medina, Dirección de Etnología y Antropología Social del INAH, Av. San Jerónimo 880, col. San Jerónimo Lídice, alcaldía Magdalena Contreras, C.P. 10200, Ciudad de México; fecha de última actualización: 10 de enero de 2025.

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